-Llegados aquí, doctora, he renunciado a entender el origen de mi
enfermedad. Para eso están los científicos y, cuando lo consideren rentable,
las farmacéuticas. Ahora lo que me preocupa es el hoy, esta incertidumbre en la
que vivo desde que se declaró la pandemia y que ha modificado para mal mis
rutinas -le digo a mi psiquiatra, que llama desde el centro de salud mental
para una consulta telefónica.
Casi todos los médicos de su unidad, como ella misma, se contagiaron en
los primeros días por el contacto directo con los pacientes y han tenido que
seguir atendiéndonos mediante el teletrabajo. Me digo a mí mismo que es una
suerte no tener que salir de casa para ir a verla, toda vez que generalmente no
me sirve de ninguna ayuda; al menos así puedo estar en pijama y zapatillas,
desparramado en el sofá mientras me interroga por el aparato.
-¿Me podría decir en que le está afectando el confinamiento? -me
pregunta.
En su tono advierto esa sonrisa telefónica de cursillo, tan artificial
que además de dar un poco de lástima denota que el cansancio de la jornada ya
le va pesando lo suyo. Dudo en decirle la verdad, porque temo que me aumente la
dosis del antidepresivo y acabe demasiado inquieto para poder contenerme en las
cuatro paredes de la casa. Pero tampoco quiero pasarme las horas muertas
mirando la pared como un zombi y sin noción del tiempo transcurrido, así que
trato de expresarme con cautela:
-Me he quedado solo, sin ayuda de nadie. Ha dejado de asistirme la
persona del ayuntamiento que venía dos horas diarias de lunes a sábado a
ayudarme con las tareas que yo no puedo realizar. Me siento desamparado. Les he
llamado, pero me dicen que aún no tienen previsto reanudar el servicio, que tienen
que velar por la salud de su personal. Me he visto obligado a encargar la
compra y los medicamentos por internet, y rezar para que no se estropee nada de
la casa y no tener que llamar a ningún técnico. Con decirle que ni bajo las
persianas, hágase usted la cuenta.
-Pero, usted ya estaba acostumbrado a salir poco y a no ver a casi
nadie. Si hay alguien que viviera en una burbuja de todas las personas que
conozco, es usted. Su agorafobia le había obligado a recluirse en casa y a no
pisar un espacio público así le estuvieran matando o usted mismo muriéndose.
Pero si ni siquiera aparece por consulta muchas de las veces que tiene
programadas…
Respiro profundamente para contener la ira que empieza a dominarme.
¿Podría comprender esta señora que un dolor nuevo no hace olvidar un
sufrimiento anterior, ni lo mitiga?
-Verá, no sé si se lo podré explicar, no me resulta fácil y tal vez me
sienta un poco irritado. No es lo mismo no ver a casi nadie, que a nadie; ni
sentirse aislado del mundo, que sentirse absolutamente solo. Sin tener un
trabajo, ni una afición, con este miedo al futuro y esta angustia que se
acrecienta a cada día, lo que me preocupa es la falta de sentido que parece
tener mi existencia, y su fragilidad.
-Entonces, no cree usted que haya mejorado, sino que podría afirmar que
desde el confinamiento está incluso peor, ¿no es eso?
-Eso exactamente. Encerrado en mi vivienda, viendo el cielo solo a
través de las ventanas y sufriendo la monotonía de una existencia plana, sin
alicientes, cuando un día se parece completamente al anterior y al siguiente,
sin preocuparme de saber si es lunes o viernes, todo igual, todo pequeño y tedioso, y solo solísimo, pues no se me ocurre cómo
podría ser mejor para nadie esta vida de miseria que me está machacando hasta
la obsesión.
-Y el futuro, ¿cómo lo ve? ¿Le parece que será mejor o no?
-El futuro es una amenaza de repeticiones y aburrimiento infinitos. Lo
imagino lleno de virus inundando las calles y las plazas, esperándome en cada
portal, en cada escalera, en cada ascensor. Y yo no pienso salir nunca más de
casa. Aquí al menos estoy seguro.
-Me parece que va a ser conveniente que doblemos la dosis del
antidepresivo. Probamos y le vuelvo a llamar en dos semanas, ¿vale?
Pero cómo decirle que no, que no vale, que para ella solo soy un número
de expediente anotado en su agenda para dentro de quince días y que en la mía
no caben ya ni más dilaciones ni más frustraciones.
Este confinamiento, nos ha hecho mucho daño, el quitarnos nuestras libertades, nuestra rutina, a pesar de todo he intentado buscar cosas que hacer, plantearme algo nuevo cada día que me ilusionase, esto ha mitigado este encierro forzoso.
ResponderEliminarPero no deja de ser un maldito encierro, ahora viene lo peor, la libertad, pero a que precio, hay mucha gente que no se toma esto en serio, el virus lo tenemos ahí y ya nada será igual.
Muy cierto tu relato, como todos los que publicas.
Un beso
Este virus nos ha cambiado la vida a todos..nada va a ser como era, ni nosotros mismos.A adaptarnos a la nueva normalidad .Ahora hemos pasado del quedate en casa a sálvese el que pueda.Cada uno tiene que ser responsable y consecuente.Un besazo
ResponderEliminarExcelente descripción. En muchos aspectos refleja fielmente mi estado anímico de estos días de teletrabajo y atención a mayores. Necesito recuperar mi tranquilidad pausada.
ResponderEliminarEstoy harta de lo de "nueva normalidad", harta de los eufemismos para enmascarar el miedo a salir, a contagiarnos. Sabíamos que éramos vulnerables, ahora también sabemos que estamos aislados dentro de nosotros mismos. Eso sí, la próxima vez que escuche en la tele eso de "saldremos fortalecidos" no respondo de mí.
ResponderEliminarGracias Jesús por la gran crítica.
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