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martes, 13 de junio de 2023

Morir de mar y vino oscuro


 

MORIR DE MAR Y VINO OSCURO


Han sembrado la ciudad de estatuas griegas

las últimas lluvias.

 

                           Con la llegada del arte,

las avispas sacan al sol sus aguijones dolorosos

y arremeten contra la recóndita soledad de los efebos.

¡Qué pasión de carne y mármol! ¡Qué angustia

de vida en las vetas sin sangre de la piedra!

 

En sus múltiples posturas, los durmientes,

luna de oliváceos ojos sus anillos de musgo,

parecen estirarse tras el fin del invierno

y se despojan, metal, adobe, mortero y escayola,

de los postreros pegotes de la escarcha.

 

Mojan sus labios -mancha el rubí en las noches de celos-

latidos de savia nueva que no me pertenecen,

pero cuya humedad siento, una vez más,

en esta explosión arquitectónica de las amapolas salinas.

 

Ocultas tras los lirios de Van Gogh,

tras los nenúfares del viejo Monet,

puedo oír los chapoteos en la alberca,

los dulces baños en la charca de Arcadia,

barcas mecidas por la brisa en Leyden,

susurros amorosos del jardín de Giverny.

 

Pero que no te engañen los ecos de la ciudad dormida,

que ahora apenas se despierta del letargo:

 

el mundo ya no es tan solo hojarasca yerta

que oculta a las voraces arañas de la muerte,

ni flores desnortadas soñando manantiales;

la ciudad es una galería de torsos y de brazos

que exponen su belleza a los hombres dormidos,

para aguijar su ruina y su nostalgia.

 

Viajar, acaso divagar, sentir la furia del vértigo

en las curvas sinuosas de la ciudad de estatuas,

una vez más, otro abril más, tan de repente.

¡Qué mortal desazón! ¡Qué angustia el arte!

¡Qué sombrero de mármol la traición del sexo!

 

Y, mientras tanto, las figuras tienden al sol sus lentas carnes.

 

Acaso yo también, en esta vegetación recién recuperada,

me asome hasta los ojos verdes de tu piel desnuda.

Que necesito el calor acumulado en tus piedras

y la caricia sensual de las vetas de luz,

para no morir de mar y vino oscuro

ante la incesante floración de los almendros.

 

 (Este poema fue galardonado con el IV Premio Nacional de Poesía "Desconfinados" en Valladolid 2023)

viernes, 23 de diciembre de 2016

La libertad



   Había pensado en titular este articulillo con el sugestivo nombre de “El hombre que se sentía cansado de hacer lo mismo todos los días y una mañana dejó de hacerlo”, pero, después de darle unas cuantas vueltas al asunto, agotarme, levantarme un rato para mirar por la ventana y descansar los ojos al menos cinco minutos, rehidratarme y proceder a sentarme todavía con dudas, me he percatado de que es demasiado largo y que no va a caber en los caracteres habituales de titulación. Lo he pospuesto para otro día y para otro medio que me permita una mayor libertad formal, que no está el mundo precisamente para experimentos, ni los lectores le agradecen a uno el esfuerzo por proponer perspectivas diferentes cuando se supone que todo tiene que ser indignación, protesta y lamentaciones. Vamos, que me he autocensurado y he decidido no aventurarme a cambios, al menos por el momento; al fin y al cabo ya no queda nada para el 2017 y lo puedo procrastinar con poco coste hasta las resoluciones habituales para el año nuevo.
   Así las cosas y sin el menor convencimiento, le he puesto el más poético título de “Mariposillas”, aun sabiendo que puede parecer un pelín cursi y caer de lleno en el mundo de los talleres de creación literaria, autoayuda y terapia ocupacional, confiando, sin embargo, en que muchos lectores lo acogerán con curiosidad y una sonrisilla irónica y, claro, no tardarán en leerlo, pensando en las tonterías intrascendentes que escribimos en los medios. De tan banal, no tardarán en olvidarlo, tal vez un tanto confusos porque para nada correspondía el anuncio con lo anunciado, quejosos de las celadas que inventamos para conseguir que nos lean por muy poco que tengamos que decir. Pero este descenso a las catacumbas de la creación me parece en el fondo, cuando ya damos con la roca y ésta no tiene fisuras, una gran inutilidad, como la de los escritores que se autoeditan, muchos en estos tiempos de mercachifles y egocentrismo, y luego se pasan las tardes tratando de timar a amigos y conocidos para que no solo les compren su libro, sino para que lo pongan en los cuernos de la luna de la audacia y la belleza.
   Ciertamente, he tenido que cambiar de título, no sea que me acabe convirtiendo en un acartonado eterno aspirante a las mieles del éxito y eso me termine por amargar el día. ¿Qué tal estaría este “Los hartos”? Teniendo en cuenta la enormidad de personas que conozco que están hasta el moño de interminables jornadas laborales, salarios miserables, jefes explotadores, noticias manipuladas, mentiras gubernamentales, fines de semana de fútbol perenne y telebasura de luxe, sin duda sería un buen reclamo para la minoría que lee todavía, no olvidemos que con el tiempo solo deben quedar las novelas pseudo históricas y las sentimentales rosa o semi eróticas: falta hace ya otro Cervantes que las parodie y las liquide de un certero disparo en la entrepierna. Pero no sé, me da la impresión de que ya he escrito mucho sobre temas tan manidos y me da un súbito ataque de aburrimiento.
   Acabo de cambiar el título anterior por otro que, siendo común, promete mucho más: “La libertad”. Claro que esto de hablar de algo que casi no conozco me parece, cómo decirlo certeramente, una inconsciencia, como andar por un cable y con una pértiga por encima de los rascacielos de Nueva York, a mí, un españolito de a pie que no ha cruzado el charco, tengo un vértigo de mil demonios y aborrezco todo tipo de espectáculos, no digo ya el circo o los debates parlamentarios. A lo mejor me gusta hablar de la libertad porque, allá, muy adentro, la echo mucho de menos: estos sistemas democráticos parlamentarios no solo no son simpáticos, es que resultan muy insatisfactorios. De repente me gustaría dar conferencias subido a un elefante, como dicen que hacía Gómez de la Serna, o embutido en un casco de buzo, como se promocionaba Dalí cuando era Ávida Dollars. Pero los tiempos han cambiado y a los excéntricos los atiborran de pastillas para que no salgan casi de casa. Y yo no quiero acabar en un campo de concentración.
   Finalmente, no sé qué hacer. Estoy sumido en un parón creativo. A lo mejor en el 2017 hago las paces con las musas. Mientras tanto, me voy a hacer libaciones a Baco antes de que también le suban el precio al tinto de garrafa.