jueves, 19 de noviembre de 2020

Urticaria

 

   Como llevo unos días en los que me pica todo el cuerpo, especialmente cuando me siento delante de la televisión para consumir las últimas noticias, ese rosario, esa sarta de mentiras con las que todos los días me intoxican aprovechándose de mi condición de preso involuntario y domiciliario, ya me he afilado rascándome a lo loco en cada palmo de mi piel las uñas como si fueran cuchillas de afeitar, de tal modo que, lejos de arrancarme los pelos de un tirón como venía haciendo hasta hoy, los degüello a placer con la guillotina que porto ahora en mis manos. No había leído hasta ahora que la infodemia, además de problemas psicológicos y de esfínteres, fuera capaz de producir trastornos en los mastocitos y la consecuente liberación de histamina. Ante las cosas que pasan en el mundo, o al menos ante las que me cuentan, la verdad es que todo yo soy una roncha, roja como un tomate y pulsante como una luz de verbena.

   Llamo a mi médico para que me atienda por teléfono, no se puede aspirar a más en los tiempos que corren, y consigo que me contacte cuando llevo cinco horas entretenidísimo con la comezón que me atormenta en la entrepierna, que ríase usted de los picores adolescentes y de la necesidad de estimulación sexual. No tengo que preocuparme, me dice, esos síntomas no son de coronavirus, me tranquiliza, que me va a recetar un antihistamínico para controlar el picor y para que en tan solo unos días vuelva a tener, ¡oh milagro!, la piel tersa y limpia de un bebé, aunque, claro, me dará sueño y debo evitar conducir maquinaria pesada, a lo cual le digo que sí, con cierto retintín que seguro que no pilla ni en el periodo Quinario, que dejaré el camión en el jardín con el freno de mano echado y me tumbaré a la bartola en la hamaca de la buhardilla, esperando soñar con biberones y pañales. Solo me falta eructar antes de despedirme, pero es que en la soledad de la nueva normalidad no tengo quien me dé palmaditas en la espalda para provocar la salida de los gases. Y dejemos aquí las escatologías, que ya se sabe que tanto alborozan a los niños de todas las edades…

   Mientras espero que unos voluntarios me traigan los comprimidos de la farmacia, lo que supondrán sin duda unas cuantas horas más, yo me sigo rascando con fruición antes de que se me acabe el placer y continúo viendo en la televisión una cascada de noticias que parecen una lluvia de mierda sin fin: salen muchos políticos, defendiendo unos las medidas que aún no han tomado para enfrentar la pandemia, criticando los otros la inacción de sus oponentes sin admitir que tampoco han tratado ellos de dar soluciones médicas, pues los unos y los otros se arrojan las responsabilidades mientras siguen con devoción los sondeos electorales, la curva de los valores bursátiles y alientan en twitter la discrepancia con todo tipo de comentarios, por más ridículos que sean; opinan a su placer muchos tertulianos, lo mismo de la mujer del papa de Roma, que de la hija de dios padre, que hay que ver la cultura que da la carrera de Periodismo, que los forma para hablar de todo y con todo convencimiento, que los hay que hasta se gritan, porque a lo mejor esa carrera, en el fondo, me digo yo, no es tan formativo-educativa como nos pensábamos y está más subordinada, por ejemplo, a las necesidades interesadas de quien abona las nóminas; y entrevistan a muchos científicos, a muchos expertos, a muchos analistas de los temas de actualidad y moda, que hasta he visto a uno que hablaba de los positivos efectos electorales de la tenencia de gatos entre los votantes americanos, que al final yo me llegué a creer que el presidente de los Estados Unidos de América tendría que ser elegido en función de los pelos gatunos que lucen en el sofá de su casa, blanca, y por su tolerancia a los mininos, no fuera que, además de inútil, encima sufriera de urticaria a la exposición felina.

   Cuando por fin cuento con los comprimidos en mi poder, me tomo de golpe la dosis máxima recomendada, apago la televisión y me meto en la cama, esperando dormir como una semana, o mejor un mes, y encontrarme al despertar con otro panorama. Pero renuncio desde ya a ese bonito sueño; seguramente me tendré que conformar con abrir los ojos mañana o pasado y ser capaz de no recaer en esta molesta urticaria.

 

jueves, 5 de noviembre de 2020

Últimas voluntades

 

 

   Excéntrica hasta la muerte, así fue la existencia punzante de la tía Santiaga. Sus sobrinos, veinticinco, algunos con el mismo nombre que ella pues los presentó en la pila bautismal, hubieron de escuchar que las exequias durarían once días, según el rito de las incineraciones micénicas, pira funeraria incluida, y que con ella arderían las joyas que heredó de su madre, la primera edición de “La desheredada” firmada por el propio Galdós en 1881 y el cincuenta por ciento de su capital en papel moneda. Lo que restase de su fortuna, una futesa, se lo podrían repartir equitativamente entre todos.