-Los occidentales sois ingenuos- me había espetado la
japonesa, mientras se subía los trousers como un estibador.
Pero sus provocaciones no le servirían.
“No es tan adolescente como quiere aparentar, casi no
tiene mofletes”.
Convertir su ausencia de carrillos en words fue el
impulso que necesitaba para abandonar el postre.
Balanceé las piernas, me impulsé con el coxis y me curvé
en un estadio olímpico. My last train. Un golpe contra el suelo, varios
aplausos furiosos.
“Estoy lejanísimamente, en la región del ajenjo”, me dije
para animarme.
But la nipona tarareó la melodía. Llovían dollars
americanos.