martes, 29 de diciembre de 2020

2020, un año de cine

 

 


    Termina un año anómalo, en el que todos hemos tenido que adaptarnos en mayor o menor medida a un mundo más hostil de lo habitual. La pandemia causada por el nuevo coronavirus, a quien se bautizó con el nombre de Covid19, nos ha obligado no solo a cambiar de hábitos, sino también a aislarnos de los demás, en un intento de salvar nuestras vidas y las de los otros. Sin embargo, hemos podido constatar que el miedo a un desplome económico de gran magnitud ha llevado a los gobiernos de los países del primer mundo, China por supuesto aparte, a apostar por un difícil equilibrio entre el derecho a la salud y el mantenimiento del sistema productivo, de tal modo que, como diría santa Teresa, hemos vivido sin vivir en nosotros y, a la vez, hemos asumido como sociedad riesgos de forma irresponsable, menospreciando las consecuencias.  Ahora, al culminar este 2020, vemos venir la tercera oleada de contagios mientras muchos están celebrando una Navidad que tal vez no ha debido ser tan parecida a la de años anteriores.

   Como muchos otros, yo he optado por una cuarentena (la palabra del año) preventiva desde el mes de febrero y he limitado mis salidas al exterior a unos pocos paseos por zonas amplias y bien ventiladas, y las imprescindibles visitas a la farmacia. Para las demás adquisiciones he elegido la compra a distancia, y  las tecnologías para el contacto con los demás. Ha sido un año sin reuniones con familiares y amigos, sin conciertos, sin teatro, sin viajes por España y por el extranjero, en el que el cine, la lectura y la música han venido al rescate de las horas de ocio que antes se dedicaban al contacto directo con seres queridos y a conocer mundo. He tenido la fortuna, en el fondo es una suerte, de poder recuperar del pasado algunas películas que en su momento no pude ver o que me pasaron inadvertidas y también de disfrutar de alguna actual de las que se estrenan directamente en las plataformas audiovisuales. Aquí selecciono las diez que más me han interesado de todas las que he podido disfrutar en la placidez del hogar y os recomiendo que las veáis si, como yo, aún no lo habéis hecho:

-“Nunca pasa nada” de Juan Antonio Bardem (1963), todo un clásico que nos muestra a las claras cómo era la tediosa vida de la España de provincias en la grisura de los casi veinticinco años de paz;

- “El crack Dos” de José Luis Garci (1981), segunda entrega de las tres dedicadas al detective Germán Areta y que es hoy por hoy un ejercicio de lucidez, no digamos ya si la valoramos en la fecha en que se rodó;

-“Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)” de Alejandro G. Iñarritu (2014), una maravilla creativa en la que el teatro y el cine, la realidad y la ficción, se entreveran de tal modo que uno quisiera no salir jamás de sus límites;

-“Predestination” de Spierig Brothers (2014), película australiana de ciencia ficción en la que los viajes por el tiempo del protagonista sumergen al espectador en un complejo e inquietante rompecabezas;

-“El Gran Hotel Budapest” de Wes Anderson (2014), deliciosa comedia en la que se recrea la atmósfera elegante de los grandes hoteles de principios del siglo XX a la par que se advierte la llegada de un nuevo orden, asentado en el fascismo, que cambiará la historia para el mal de la mayoría;

-“La llegada” de Denis Villeneuve (2016), una maravilla de la ciencia ficción que explora cómo podría ser el primer encuentro entre la humanidad y una civilización extraterrestre y que apuesta por la filología y por la cooperación para la supervivencia de las especies;

-“Mi obra maestra” de Gastón Duprat (2018), película argentina, intepretada por dos actores magníficos (Luis Brandoni y Guillermo Francella), que destaca por su imprevisible guión y porque nos cuenta la historia, un tanto alocada y original, de una gran amistad;

-“La gran mentira” de Bill Condon (2019), una comedia norteamericana con Ian Mckellen y Helen Mirren, que bien puede representar en esta lista el cine más comercial, el que llega fácilmente a las grandes pantallas y obtiene pingües beneficios gracias a guiones eficaces y sólidos;

-“Oda a Joy” de Jason Winer (2019), una simpática comedia norteamericana que, al margen de prototipos atractivos y normativos, tiene como protagonista a un antihéroe, un joven con una peculiar discapacidad que convierte su existencia en un gran problema, pero que con alegría y determinación puede afrontar dignamente;

-“Historias lamentables” de Javier Fesser (2020), comedia española recientemente estrenada que recuerda en muchos aspectos narrativos y de guion a la magnífica “Relatos salvajes” de Damián Szifrón y que, aunque desigual en sus cuatro historias principales, se culmina con un relato trepidante y una coda perfecta.

Con la esperanza de que en el 2021 podamos recuperar los espacios públicos para asistir a conciertos, películas y representaciones teatrales sin riesgo alguno para la salud, aprovecho la ocasión para enviaros mis mejores deseos y desearos mucha mucha serenidad.

 


 

viernes, 18 de diciembre de 2020

Atraco

 

 

   Los últimos meses han sido una balsa de aceite hirviendo: mientras el mundo se paraba por causa del coronavirus en primavera y luego se aceleraba con el ímpetu vital del verano, hasta el inevitable punto medio de este otoño tuerto en el que la gente vive sin vivir en sí y hace como que no sale para no pasar por casa ni para ducharse, yo me he encapsulado en una burbuja plastificada, acartonada y fosilizada. Ayudado por avances tecnológicos que harían volverse majara a mi abuela si tuviera la desdicha de regresar a este mundo de perpetuo miércoles, he conseguido mantenerme virgen frente a las penetraciones aéreas y carnales del libidinoso virus que no paraba de buscarme la boca; con la inconmesurable ayuda de mascarillas, jabones, geles hidroalcohólicos y mis buenos lingotazos de coñac cuando la desesperación aprieta, este jubilata hasta ha pasado sus buenos momentos haciendo eses por el pasillo y derrapando como un piloto de fórmula uno en la última curva antes de entrar desesperado a vomitar en el inodoro.

   Claro que me dirán ustedes, y yo les daré la razón como a los tontos con una palmadita nada cariñosa en la espalda, que lo tenía muy fácil: con unos ingresos escasos pero bien asegurados, sin la obligación de asistir a la maldición del trabajo y con la capacidad de decidir no ver a nadie, por muy odiado que sea, así se hunda la bolsa o no venda una escoba ni El Corte Inglés, es sencillo parapetarse en casa como en un búnker, cerrar el grifo a las noticias con o sin gusanera y huir de todos cuantos aún no aprendieron a estar solos: basta con poner el móvil en modo avión, que si te molesta Vodafone u Orange a la hora de la siesta en el fondo es porque aún no has dado el paso de desconectarlos de tu existencia. Algo bueno tenía que poner el contrapunto a los dolores en las rodillas, el reúma añejo y la incontinencia urinaria, ¿no les parece?

   Todo ha ido de tirarse al tren hasta el mes de noviembre. Pero con la nueva consigna lanzada a los cuatro vientos sobre la necesidad de salvar la navidad, como si hubiera venido una horda de bolcheviques a descabezar a san José, violar a la virgen María y robarle los órganos al recién nacido, en mi barrio se ha producido un repentino aumento de pasión pascual y la gente se ha lanzado a consumir calendarios de adviento, adornos musicales con lucecitas y papanoeles de gomaespuma, mientras amontona en sus casas gambones y langostinos, turrones, como si fueran papel higiénico y harina para hornear. Que mientras haya un polvorón, todo es cuestión de polvos, habrá navidad, y mientras haya principios, sobrevivirá la misa del gallo aunque no guardemos las distancias, que el de arriba vela por ti lo mismo en el templo a él consagrado, que en la unidad de cuidados intensivos abierta a beneficio de los socios capitalistas de Capio Sanidad. Van a venir ahora los rojos (como si aún quedase alguno fuera de Venezuela) a fastidiarnos la diversión…

   Bueno, prosigo, que me pierdo y desbarro. Pues es el caso que el día veinticinco voy al cajero a cobrar mi modesta pensión de la Seguridad Social y la correspondiente paga extraordinaria, que es la que me permite reparar o sustituir las reliquias que sobreviven en mi casa al feroz paso del tiempo, y de repente descubro que le han dado una mordida a mi dinero, que ríase usted de los policías corruptos de México o Marruecos. De los escasos dos mil trescientos euros que esperaba, me han ingresado solo mil seiscientos. Y cuando trato de poner luz sobre lo que supongo que es un error, no tardo mucho en descubrir en la prensa afecta al régimen neoliberal que nos estruja que a setenta y cinco mil de nosotros, por no sé muy bien qué cosas de deudas con Hacienda, nos han birlado sin previo aviso un dineral, actualizando la ministra sabrá qué legislación de 2018 que, sorpresas te da la vida, decide ejecutar de repente y por la espalda en 2020. Trato de conseguir una cita en las oficinas de la Seguridad Social, sin éxito porque solo me ofrecen atención telefónica a partir de enero, y de que mi doctor me prescriba un antidepresivo, también sin éxito porque el ambulatorio está cerrado hasta nuevo aviso, por lo que me quedo compuesto, desolado y sin efectivo. Y me vuelvo a parapetar en casa, bloqueando la puerta con el sillón del salón, no se presente también en mi casa el autoproclamado gobierno más social y progresista de la historia de este país y se acabe llevando también por la fuerza el frigorífico. Que a falta de chorizos en mi despensa, los hay a miles atracando a los ancianitos sin escrúpulo alguno, eso sí, diciéndonos que están salvando la navidad para todos.