jueves, 18 de mayo de 2017

La velocidad




   Cuando estudiaba en la escuela los conceptos de tiempo, velocidad y distancia, convertidos en absurdos problemas de móviles, coches que salían de un punto A y un punto B a distintas velocidades y que tenían que encontrarse, esa era la cuestión, dónde, yo me imaginaba siempre que acababan colisionando estruendosamente, desintegrándose en el acto, no dejando ni los restos, para que mi profesora coja y malhumorada tuviera que aceptar que no había evidencia alguna, prueba alguna, de que el encuentro pudiera producirse. Y qué aburrimiento aquello de que la velocidad es igual a la distancia partida por el tiempo. Verdades universales: el tedio eterno para quien piensa tan solo en jugar por la tarde en el parque mientras se come un trozo de pan con chocolate.
   Ahora que soy mayor y que hace años que me libré de mi profesora de matemáticas, que supongo que todavía andará por el mundo con su trantrán y sus pasitos cortos pero sin haber descubierto aún lo que es de verdad la velocidad, debo reconocer que a mí me gusta conducir una barbaridad y que adoro pisar el acelerador y comerme los kilómetros a bocados. Y también es verdad que maldita la falta que me hacen las fórmulas físicas para encender el motor y salir a quemar goma por las carreteras; necesito dinero para llenar el depósito y tiempo libre para disfrutar del ocio, pero nada de eso me lo han facilitado las horas muertas e inútiles pasadas en la escuela calculando ecuaciones de segundo grado o memorizando las formas verbales del español. Que nadie va y te dice en una cena de amigos que el futuro de subjuntivo de conducir es condujere ni que la velocidad es eso del tiempo y de la distancia, que si alguien dijere esa tontería todos nos quedaríamos como estupefactos, pensando que le ha dado un aire: si la velocidad fuere igual a la distancia partida por el tiempo, qué mal rollo, oye, que éste está zumbao. Y qué ricas están estas almejas.
   A mí lo que me gusta es conducir de prisa, con la música a tope, sin pensar en casi nada más, derrapando, dándole al claxon para hacerme notar. Y dejar el coche donde me pete. Sé que a muchos amigos míos no les gusta mi forma de conducir y que casi nunca se montan conmigo, pero yo lo prefiero, porque estoy hasta las narices de todos esos listillos que te miran con prevención, te sugieren que dejes de mirar al móvil mientras negocias las curvas y te recuerdan cada poco que la velocidad está limitada a cincuenta o que el semáforo está rojo, como si yo no lo supiera. Me salto los pasos de cebra porque se me pasa por el forro y me meriendo las señales de tráfico porque me importan un pito: ya tengo el gepeese para que me avise de los rádares de control de velocidad, que es lo verdaderamente importante. Hace años que en mi coche no monta nadie de mi familia y todos salimos ganando: a mí no me dan la chapa y yo les sigo hablando en las cenas de Nochebuena.
   Pensarán que no sé lo que me hago y que estoy gilipollas, que me habrán crujido a multas y que no tendré ya puntos en mi carné de conducir, pero están errados como burros: ya me encargo yo de que no me cojan en ningún renuncio, que no es tan difícil. Ya se sabe: hecha la ley, hecha la trampa. Hay quien roba un chupachups y le meten un puro, y quien asalta las arcas del tesoro y, sin embargo, le condecoran con la orden del mérito nacional, todo es cuestión de modos y maneras, de fórmulas de esas que no te enseñan en las clases, pero que te abren las puertas de la sociedad aun con las manos manchadas y te cierran las puertas de la cárcel aun con las manos limpias. Me gusta correr con el coche, sí, avasallar, apretar, imponerme en la carretera y comerme los pasos de cebra, parar en doble fila, aparcar en zonas reservadas a minusválidos.., pero, mientras no se demuestre lo contrario, mi honestidad está a salvo y tengo todos los puntos en el carné. La cuestión fundamental es no dejar pistas, desintegrar las evidencias, hacer desaparecer las pruebas, y no quedará ni rastro de los hechos. En ese caso la culpabilidad es igual a la distancia partida por cero. Si yo solo había parado un minuto para sacar dinero en el cajero automático…