En la noche de agosto
los grillos frotan sus extremidades inferiores
y de sus chispas, pedernales,
saltan las estrellas fugaces
como bolas de un billar cósmico.
Echo de menos en el cielo de estío
aquellos besos entregados a ciegas
con que me arrullabas el pasado verano,
pero en soledad no puedo encender la yesca
para que se ilumine aún más el orbe infinito.
A la oscuridad le pido el prodigio
de que se incendie para mí la Vía Láctea
y cuaje de estrellas hasta la ladera del collado,
acallando la añoranza de acero de mi pecho,
desnortando para siempre el trabajo de los grillos.
El león cederá su reinado ante la reina virgen,
fría y mortuoria como una bandera a media asta.
Lejos de los relámpagos súbitos en el espacio,
el invierno portará la nostalgia de la nostalgia
y tendré que sobrevivir en el ardor de otras centellas.