domingo, 28 de agosto de 2016
Los que bailaban
Los que bailaban yacen bajo la colina.
Algunos delincuentes han cartografiado la ciudad
y la han llenado de líneas y de puntos,
donde, dicen, se puede robar mejor
a los incautos.
Y hemos caído en sus redes,
con la misma facilidad que los tranvías
nos hurtan el sonrojo.
Es inevitable dejarse matar al pie de las estatuas.
¿Acaso tú podrías dibujar mejor esta cuadrícula,
superar su magnífica geometría,
y evitar que las niñas buenas se suiciden
arrojándose a los pozos?
Siempre fue el amor un accidente enojoso.
Algo que ocultar a la familia del muerto.
Un asunto turbio
que pasará al olvido si no se mienta demasiado.
Pero el mar se fabrica sus propias pesadillas
y acaba por levantarse insomne.
¿Qué era yo antes de ser esta muerte?
¿Acaso no bailaba un pentagrama mojado
con los pies desnudos?
Y en su busca
qué nostalgia no habré de sentir
ahora que estoy roto en la ribera,
trepa por los cipreses de Monsanto
para asomarse al parque de Placeres:
y me roe las tabas
insaciable.
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T. S. Eliot
lunes, 1 de agosto de 2016
Es inútil
Es inútil, doctor, que me busque las venas.
Ya solo tengo
barcos,
naves viejas y
negras
que me surcan de
pies a testuz,
dejando una estela
de delfines a mi espalda.
Si se fija bien,
verá los chapoteos descuidados
a la altura del
coxis
y algunas ballenas
taponando la carótida.
Pero sangre,
lo que se dice
sangre,
no me queda.
Si acaso fuera
imprescindible para sus análisis,
búsquela en las
paredes de la Alfama,
rastréela en las
tabernas junto al Tajo,
despíntela de los
azulejos
donde zurearon las
palomas torcaces
de mi amor por
Lisboa.
Nada más tengo.
Ya le he dado hasta
la nostalgia de sus calles.
El resto es una
historia de amor
tan intenso,
que no ha dejado en
pie
ni el ardor de la
sangre.
Ya solo tengo
barcos.
Y el mar para
desgarrarme.
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