miércoles, 8 de julio de 2020

El fantasma


   A los dos nos gusta correr al final del encierro, justo entre el final de Estafeta y el comienzo de Telefónica, seguramente porque en esa zona hay pocos corredores foráneos y a la larga siempre te empujan menos. Competimos por el mismo lugar de arranque: él suele poner el pie derecho justo sobre la marca que elijo como referencia para no dejarme llevar por el tumulto y luego nos encimamos sin contemplaciones hasta que los corredores inexpertos comienzan a precipitarse y tenemos que preocuparnos de que no se nos lleven por delante. Sacando a relucir los codos y agitando con eficacia las palmas de las manos, a duras penas logramos mantener la posición hasta que vemos llegar al primer astado entre el gentío, y en una consonancia absoluta que nos dan los años y la experiencia emprendemos la carrera calculando milimétricamente la distancia precisa para correr justo delante de los pitones durante los escasos veinte metros que sabemos que nos corresponden. Es apasionante sentir el miedo en ese corazón acelerado que galopa poderosamente junto a mí y notar cómo la adrenalina se apodera de la masa muscular hasta reventar en un estallido de placer: durante diez intensos segundos me siento vivo nuevamente.

3 comentarios:

  1. Saber donde estan los límites de cada uno y saber donde se pisa... Es lo que hace que la vida tenga sentido. Un abrazo enorme.

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  2. Magnífico texto, Jesús, pero me siento tan feliz este año, no torturarán ni matarán a animales nobles para diversión del populacho. Entiendo la descarga de adrenalina en un encierro, pero yo nunca dejo de pensar que es el preludio de una corrida.

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  3. Yo no soy de correr

    detrás de los toros

    de Micenas.

    Pero si se afina

    bien la vista

    cuando corro

    es siempre detrás

    de alguna bestia

    como el reloj

    que me late

    en la muñeca

    yo misma cayendo

    sobre mi

    desde cuándo.

    (Celia Cañadas)

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