sábado, 16 de enero de 2021

Un año más

 


   Siempre me ha parecido que el 31 de diciembre está cargado de emociones y de valores simbólicos, que no es un día más en el calendario: la gente planifica durante semanas las reuniones con amigos y familiares, los viajes, el menú de la cena y hasta con qué cadena de televisión se tomará las uvas para dar la bienvenida al año nuevo, como si fueran muy diferentes los escotes de la Pedroche o de la Igartiburu, canalillos  escarchados bajo el relente madrileño. La felicidad, la alegría, servidas en copas de cava (antes decíamos de champán y nos sentíamos más cosmopolitas, cabe incluso decir que tal vez lo fuéramos visto el catetismo autonómico y frentista de los últimos años de nuestra más que manoseada democracia), familias enteras dedicadas al descorche al unísono, dan paso a los brindis, a las canciones del pasado y a unas sobremesas en las que se abusa eufóricamente de los licores, los cantos roncos y los mazapanes de Soto, hasta que se agota la madrugada y uno se acuesta hecho unos zorros y sin ánimo de más alterne.

   Al día siguiente, incluso si no se sufren taladradoras en las sienes, levantarse es un ejercicio arduo porque se sabe, se conoce a la perfección que la fiesta no ha terminado, no, sino que se va a prolongar unas cuantas horas más. En vez de una vida nueva, renovada, llena de resoluciones heroicas (dejar de fumar, perder peso, hacer más el amor…) que no sobrevivirán al aperitivo, en vez del descubrimiento de una fuerza cósmica que te puede llevar a sondear los principios de la mecánica cuántica y volverte del revés como siempre se ha deseado secretamente, se aterriza en un panorama desde el puente ya archiconocido: beatíficamente los melómanos y los melopeos se arremolinan ante el compás del tres por cuatro de los valses de Viena y se dejan arrullar por el frufrú de los tutús en su suave deslizar por las tarimas de la vieja Europa; poco importa que el resto del año los ritmos cambien, en esta mañana del uno de enero la tradición manda que se den palmas, unas palmas chabacanas pero compartidas, en la marcha Radetzky y que seamos ciudadanos del primer mundo entregados al esplendor de las cortes decimonónicas como si aún no hubieran nacido los Beatles ni muerto Amy Winehouse. Y todavía era peor en mi infancia, cuando apenas conocíamos la nieve de primera mano y, sin embargo, nos daban desde la única cadena de televisión una clase magistral de los saltos de esquí en los cuatro trampolines de Innsbruck, como si tuviéramos algo que ver nosotros con aquellos nórdicos de nombres impronunciables que se deslizaban como torpedos hacia la gloria deportiva. Tediosas mañanas del uno de enero, pasando del vals a la nieve por los cerros de Centroeuropa, antes de regresar a la mesa familiar, siempre demasiado pronto, con la cena del día anterior casi sin digerir, y a sus viandas tradicionales y sorprendentemente españolas: menestra a la navarra, bacalao a la baturra y crema catalana, más los consabidos polvorones de Estepa. Tiempos aquellos en que no había códigos de barras, ni denominaciones de origen, y en los que a veces con tener qué comer ya era suficiente para sentirse feliz y contento, como unas pascuas.

   El resto del día, festivo para más señas (si fuera feriado, la gente no podría trasnochar hasta el hastío), se convierte en una guerra contra el aburrimiento del tiempo detenido: incluso antes de los confinamientos perimetrales y los toques de queda actuales, las tardes del día uno de enero siempre han sido un problema para aventureros que no se conforman con volver a ver la enésima proyección de “Pretty woman” en la pequeña pantalla, ni con la repetición de los mejores momentos de la noche con la que nos obsequian desganadamente la mayoría de cadenas de televisión. Bares, cines, teatros, siempre han sido la apuesta perfecta para no tener la sensación de haber desperdiciado el primer día del año; solo faltaba la pandemia de Covid19 para rematar al primogénito del 2021, pues ni los bares están a pleno rendimiento por razones obvias, ni la cultura es completamente segura aunque nos mientan sin convencimiento. En fin, qué forma de empezar década tan rutinaria y falta de sal, tan boba.

   La triste realidad es que, si generalmente podemos recordar cómo terminamos el año, casi nunca nos compensa invertir ninguna de nuestras neuronas en recordar cómo lo empezamos, pues los hombres y las mujeres somos animales de costumbres y no aprendemos ni con setenta mil fallecidos de más a nuestras espaldas: tiramos sin rubor alguno el muerto al hoyo y nos dejamos llevar por oleadas de hábitos y tendencias que apenas hemos reflexionado, y que muchas veces ni siquiera nos hacen felices. Bienvenido pues, un año más, al futuro, consumidores del mundo. Qué lamentable, qué inútil, que sea de nuevo tan parecido en lo esencial a la mezquina panorámica de siempre.

6 comentarios:

  1. Es exactamente como sucede, mil años pasarán y siempre las mismas cosas y los mismos errores, pero me ha encantado y he vuelto a otras Navidades, ni mejores ni peores que ahí quedan, y como siempre se dice ya vendrán tiempos mejores, la ilusión no se debe perder ninunca, me gusta todo lo que escribes, pues. muy real y uno se identifica mucho, te deseo como. siempre mucho éxito y ya sabes con todo mi cariño besos

    ResponderEliminar
  2. Magnífico, como siempre, Jesús. Resulta extraño cómo añoramos este año las rutinas del cambio de año de otros años. A veces nos parecían tediosas, manidas, pero siempre con ilusión. Este año la esperanza la hemos cambiado por la evidencia de nuestra fragilidad. Algunos empezamos el año en traje de noche, es decir, pijama y bata, sin reuniones, sin viajes, sin restaurantes, son demasiados muertos.

    ResponderEliminar
  3. Has descripto una gran verdad, siempre decimos que no nos gustan estás fiestas, pero siempre las recibimos con ilusión, con deseos de un mejor año, otro año más por vivir, este ha empezado regular, a ver como transcurre.
    Sigue escribiendo y describiendo todo tan magníficamente como siempre lo haces.
    Muchos besos

    ResponderEliminar
  4. Aciertas, como siempre. El día 1 de enero es de los más aburridos del año, junto con el 25 de diciembre. Y menos mal que, desde que finalizó cierta época histórica anterior, nos hemos librado del viernes y sábado santo, período de tiempo en el que hasta cerraban las emisoras de radio y en la tv sólo ponían películas de romanos. Bueno, por cerrar, parece (me parece, no es que lo haya vivido yo) que hasta cerraban ciertas casas donde los hombres iban a comprar sexo. Este año, Nacho Cano ha aprovechado una vez más su canción de los tiempos de Mecano, pero sólo se pudo ver realmente por Telemadrid, pues la 1 nos aburría con las ñoñerías de la Obregón, que cometió un pequeño error numérico al decir que cada año mueren de cáncer 300 personas (se le olvidó multiplicar por 1.000 probablemente). Bueno, es esta una visión no muy positiva, precisamente, de la Nochevieja, pero es la que tocaba como colofón a este innombrable año 2020, que este año ha estado representado por José Coronado. Esperemos salir de ésta y poder contárselo a alguien dentro de muchos años como una típica batallita del abuelo, tengamos nietos o no. Que tengas feliz año, tú y tus seres queridos. Francisco.

    ResponderEliminar
  5. Qué rico debe estar ese bacalao a la baturra.
    Gracias por compartir tus recuerdos y deseos para ver salir este viejo tren del túnel.
    Un abrazo, Jesús.

    ResponderEliminar
  6. Un año más con un reflejo impecable y necesario de ka,realidad.

    ResponderEliminar