viernes, 7 de enero de 2022

El submarino amarillo

 

 


   La educación que recibimos en casa y en la escuela cuando somos niños nos marca para siempre. No seríamos quienes somos si detrás de nosotros no existieran unos padres que hicieron lo que fue necesario para sacarnos adelante y unos maestros que nos formaron para que nos convirtiéramos en gente de bien.

   La historia de Carmen me la contaron en una reunión de amigos hace unos días y me conmovió, tal vez porque no estoy pasando por una buena temporada, me emociono fácilmente y necesito modelos que me sirvan para superar los malos tragos y crecerme. Supongo que es verídica al ciento por ciento, excepto si descontamos algunas licencias que me he tomado para no violar la ley de protección de datos en vigor: así, por ejemplo, el nombre real de la protagonista no coincide con el auténtico, pero tampoco esto importa mucho a la postre.

   El primer recuerdo de Carmen, al menos el que le venía primero a la mente cuando le preguntaban, estaba asociado a su escuela, una pequeña casita en un pueblo de escasas cien familias en el este de La Rioja. Tendría entonces unos cuatro años y aún ve, como si fuera hoy mismo, la cara de la maestra preguntándole su nombre y qué quería ser de mayor; la niña le contestó a la señorita Adela su nombre sin vacilar y todavía más segura lo que esperaba de la vida. Como acababa de escuchar una canción en la radio que le había gustado mucho, de unos cantantes que eran felices y tocaban su música en un submarino amarillo, le dijo que de mayor quería vivir con los cantantes y navegar muy, muy lejos, por el fondo del mar.

   Doña Adela la miró con ojos como platos:

   —Eso debe de ser muy difícil. Tendrás que esforzarte mucho en la escuela, aprender a leer, a sumar y a restar sin utilizar los dedos, y sobre todo tendrás que ser muy obediente.

   Mientras se lo decía, se fijaba en el pelo de la niña que estaba rústicamente cortado, en sus zapatitos desgastados, su batita blanca y en los dos calcetines, uno negro y el otro rojo, que discordaban incluso en el pobre conjunto.

   —Y tienes que ser muy observadora para hacer las cosas bien. Hoy por ejemplo no te has fijado y has traído los calcetines desparejados…

   La niña la miró con tristeza. Y no le respondió. De haberlo hecho, la maestra hubiera comprendido que se había puesto los únicos calcetines que tenía, que en ello no había ni rebeldía, ni intento de ser original, ni nada extraño. No obstante, doña Adela lo comprendió pasados tres días y empezó a tejer dos calcetines amarillos, como el submarino, para cuando llegara el frío del invierno.

   Por lo que me contaron en esta historia abreviada, Carmen resultó ser una chica despierta, que destacó rápidamente en todas las asignaturas, pues no había nada que no le interesara. Poco a poco se convirtió en el ojito derecho de la maestra, que se encargó para cuando terminara la educación general básica de que tuviera una beca para proseguir con sus estudios en la capital.

   Carmen hoy tiene cincuenta y seis años. Desde los dieciocho ha trabajado de conserje en un instituto de enseñanza secundaria en Soria: como tuvo que dejar de estudiar para ayudar económicamente a su familia y durante muchos años cuidó a sus padres en sus dolencias, el submarino amarillo quedó sumergido en un profundo océano donde el sonido de la música se amortiguaba completamente. Sacó sus oposiciones, se casó y tuvo sus propios hijos, y durante décadas los días fueron una sucesión de obligaciones que encaraba con ánimo. Pero poco a poco su mundo se fue difuminando: la muerte de sus padres, la marcha de sus dos hijos para cursar estudios universitarios en Madrid, la separación inesperada de su marido, la llevaron a sentirse sola, a creer que su vida no tenía sentido y una noche de invierno estuvo tentada de quitarse la vida. La lenta deriva de la depresión la llevó por muchas consultas psiquiátricas, por muchos grupos de autoayuda, por situaciones rechazadas de plano por los que más la deberían haber apoyado, hasta que tocó fondo y encontró que allí estaba, oculto en el fondo del almario, su submarino amarillo.

  Carmen se recuperó progresivamente. No fue fácil y no lo consiguió de un día para otro, pero una tarde se vio de nuevo en la puerta de otro centro educativo y dispuesta a empezar otra vez. Se sentó en la primera fila y pronto se dio cuenta de que era de largo la persona con más años entre los alumnos; la propia profesora no tendría ni treinta y la miraba con cierta curiosidad. Al pasar lista se dirigió a ella:

   —¿Y por qué le interesa a usted aprender inglés? ¿Lo necesita por asuntos profesionales o familiares?— le preguntó mientras escrutaba su aspecto general y en particular los dos calcetines diferentes que le asomaban por debajo del pantalón.

   —Nunca lo estudié. Cuando era niña, mi maestra me adiestró en el francés, que era el idioma que se enseñaba entonces. Lo hablo bastante bien y lo escribo con corrección —le respondió humildemente.

   Y acordándose entonces de cuando tenía cuatro años y no sabía todavía lo que la vida le iba a deparar añadió:

   -Me gustaría aprender inglés para entender las canciones de los Beatles, cantarlas bien en el karaoke y, sobre todo, para saber qué dice exactamente la canción del submarino amarillo. Hubo un tiempo en que creí que en el futuro todos viviríamos felices haciendo música y viajando por el verde mar hasta más allá del horizonte; ahora tal vez me podría conformar con saberlo cantar en su idioma original y hacerlo bien.

   Carmen, que ya está en tercer curso de inglés en la escuela oficial de idiomas, cree que los monosílabos ingleses son extremadamente difíciles pero que en esa lengua se pueden decir las cosas mucho más condensadamente, con una economía de medios que la admira y a la vez la vuelve loca. Para el fin de curso se ha apuntado al viaje de estudios que la clase ha organizado a Londres y ya está preparando su visita al Museo Británico, a la Tate Gallery y al corazón económico de la City. Y tiene decidido que quiere ver la ciudad del Támesis desde los ciento treinta y cinco metros del London Eye. A lo mejor desde allá arriba puede ver la sombra amarilla de su submarino; ella, por si acaso, llevará puestos sus calcetines desparejados por si alguien es capaz de interpretar debidamente la contraseña y abrirle la escotilla que, está segura, no tardaría en darle paso a los dominios fabulosos de un mar que se extiende más allá del mismo tiempo.

 

12 comentarios:

  1. Genial como siempre, y " Carmen " aunque sea cantando viajará en su submarino amarillo y verá su sueño de infancia cumplido.
    Besos

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  2. Que relato estimulante para seguir adelante siempre. Gracias por compartir la interesante anécdota.

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  3. Deliciosa historia, Jesús. Mañana me pongo un calcetín de cada color.

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  4. Muchos sentimientos sociales.... Un abrazo and imagine

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  5. Me viene como anillo al dedo este relato Jesús. Me he sentido muy identificada con el y me he evadido a mi "mundo" durante unos minutos.

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  6. Me parece una delicia. El personaje de Carmen es entrañable, sobre todo porque sabe adaptarse, busca nuevas expectativas cuando las viejas han caducado y ya no sirven. Quizás esa es la lección que deberíamos aprender para seguir adelante.

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  7. Maravilloso. Gracias Jesús por traernos a Carmen

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  8. Admirable lección que nos da Carmen de constancia y esperanza, después de haber vivido de forma un tanto convencional, no abandona su objetivo que, aunque oculto, subyace en lo más profundo de su ser, y cuando las circunstancias se lo permiten va a por el sin dudarlo. Magistral Jesús, hay que ser un alquimista de la palabra para dar forma a una idea en tan poco espacio, aparte la descripción de una época que, con una sola pincelada retrotraes al lector ( la imagen de una escuela en una casita). ¡Felicidades una vez más! gracias por compartir.Chelo.

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  9. ¡Ánimo, Jesús! Sigue escribiendo. Mucha gente, como la Carmen de tu historia, no tiene una vida fácil. En fin, ¡qué te voy a contar! Los padres y la primera escuela, desde luego, son muy importantes. Totalmente de acuerdo con eso. Un abrazo

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  10. Emotivo, cargado de sensibilidad, deseos proyectados y realidades vividas. Una narración de estilo sencillo, directo y que conmueve.

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  11. Me parece genial, retrata muy bien una época en la que muchos fueron relegando sus aspiraciones por lo inmediato para seguir viviendo, pero sin perder la ilusión. Muy bueno Jesús.

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