Todavía
tenía interés por las noticias del mundo, así que me sentaba y le leía el
periódico, como a él le gustaba, del final al principio. Solía hacer alguna
observación aguda y nos reíamos después, como hacíamos en casa en mi adolescencia.
Cuando comprendió que no había cura y que debía perder toda esperanza, no dijo
nada, pero ya no quiso escuchar ni los titulares. Se quedó mudo y sordo, como
sumergido en un líquido amniótico, y se movía tan poco como los ciclámenes del
jarrón junto a la ventana. Recuerdo que a lo lejos se quemaba el palacio de los
deportes y yo pulverizaba por la habitación perfume para que no se llegara
percibir ni el más mínimo olor a quemado. Hasta entonces no había notado la
soledad en el hospital. Cuando alguien me sugirió que también pensase en mí, entendí
que el tiempo sin palabras era ya irremisible.
Bellísima descripción de la soledad cósmica de la que venimos y a la que iremos. Mientras tanto sólo nos queda el amor, la palabra y a veces el silencio.
ResponderEliminarSin palabras, un relato lleno de sentimientos.
ResponderEliminarBesos