Es cosa de risa lo feos que somos
los seres humanos desnudos. Bueno, me corrijo, que lo he dicho casi sin pensar:
lo feos que no sentimos cuando estamos desnudos. Son tantos años de
culpabilidad religiosa, apostólica y romana, que necesitamos la hoja de parra
del Vaticano para sentirnos seguros y a salvo de los demás, como si nuestra
propia naturaleza fuese en sí misma pecaminosa, oscura, lasciva y sobre todo
ridícula, muy ridícula. Así que nos ponemos la hojita de marras, si es posible
de marca prestigiosa y carísima, y la vamos variando durante la temporada por
otras similares pero de colores variados, no sea que los demás piensen que
somos unos pobretones de aquellos del tebeo. Hay hojas de diseño ultramoderno,
con joyas engarzadas, con plumas de pavo real y espejuelos de strass, como hay
también idiotas de poco y mucho pelo en la cabeza y en el pecho.
No obstante, en la vida hay momentos trascendentes e inevitables en que
nos tenemos que mostrar sin tanto adorno ante algunos de los demases. Y no me
refiero a los momentos íntimos eróticos, que como todo el mundo sabe no son ni
mucho menos para luces y taquígrafos: hay quien no se quita la ropa ni debajo
de las sábanas, quien no va a la playa para que no se intuya la celulitis
debajo del pareo, e incluso quien simula que le han cortado la energía
eléctrica de la casa antes que enseñar el comienzo mismo de la hucha. ¡Cuántos
hijos se han concebido a oscuras y con aquellos camisones que tenían su agujerito
bien discreto para ejercer el uso del matrimonio! Me refería más bien a esos
momentos incómodos y desagradables en que por necesidades médicas se tiene que
despojar el paciente de todo glamour para asistir a la consulta del urólogo, el
ginecólogo o el dermatólogo, y quedan en evidencia, esta vez con toda claridad,
las partes pudendas: menos mal que estas situaciones chuscas pasan rápidamente,
nos las echamos a la espalda y nos damos un atracón de chocolate con churros en
la cafetería más próxima al consultorio médico para olvidar pronto el malestar
y el disgusto.
El resto de la existencia es textil, muy
textil. Incluso, cuando en el verano llega el buen tiempo y hay que combatir el
calor, cuando se recurre a ropas escuetas y vaporosas por comodidad y necesidad,
prima más el concepto de mantener tapadas las vergüenzas que el de sentirnos
libres con nuestro cuerpo. Y con nuestra mente. Ha ganado tanto terreno la
concepción religiosa del pecado original en nuestra sociedad, que a los
nudistas se les ha relegado a cuatro ghettos para que puedan vivir, como los
indios de las reservas, su diferencia de a poquitos. En la mayoría de
municipios, algunos tan cosmopolitas como Barcelona, te multan por ir desnudo
por la calle, aunque ninguna constitución moderna obligue a nadie a tener que
comprar ropa: vestir es un derecho, sí, pero ¿puede ser una obligación en una
sociedad de personas libres? Así nos lo están legislando, con esas censuras en
Facebook, esas multas en las calles y esos dedos apuntando directamente contra
la naturaleza humana. Si es que ya está prohibido hasta mear en la calle en un
caso de urgencia y hay que encomendarse al santísimo para que no te pillen
delinquiendo…
Es en
este contexto de libertad, fútbol y Telecinco, en el que tenemos que comprender
que una mujer semidesnuda en una plaza, una capilla universitaria o en un
parque, puede ser llamada puta, bollera y cualquiera otra cosa furibunda, por
un representante de la ley que, sin embargo, no se inmuta ante esos políticos bien
vestidos y aforados por su vinculación a un partido que visten ropas caras, a
veces regalo sucio de sus protectores, y que tratan de tapar sin éxito las
vergüenzas de su iniquidad. Algo está podrido en este sistema político y económico
en el que el olor a mierda se filtra por la ropa, dejando atrás corbatas de
seda y collares de perlas, y nos atufa a todos con un hedor rancio y
previsible: no obstante, el pueblo les volverá a elegir, hipnotizado por el
glamour de su puesta en escena y sus cuentas en paraísos fiscales, para que
sigan perpetuando la injusticia.
Que detengan este mundo de corrupción ya, que, si no, me bajo en
marcha. Como dice el refrán: “Desnudo
nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano.”
Y, por cierto, así no me siento nada mal.
Y qué contarnos de la nueva religión: Culto al Cuerpo. Según esta nueva secta sólo los musculados y las firmes pueden pasearse por el paraíso terrenal. Los “fofisanos” pueden hacerlo por el purgatorio, y el resto arderemos, con el acelerante de nuestras grasas, en el cotidiano infierno.
ResponderEliminar