jueves, 16 de septiembre de 2021

La siesta

 


   Recuerdo las tardes de agosto de mi infancia como una sábana blanca interminable que se extendía desde el fin de la comida familiar hasta las siete o más. Por entonces no se hablaba de olas de calor, ni tampoco de los precios estratosféricos de la electricidad; todos asumíamos como un ritual que la mejor manera de superar las temperaturas extremas de dentro y fuera de las casas era sumergirse en la oscuridad en ropa interior y dejarse ir con el sueño a los mundos individuales, qué sabe nadie, de cada cual. Luego, cuando refrescaba, era el momento de tomar las calles para jugar con los amigos del barrio, si eras niño, o para sentarse con los vecinos a las puertas para charlar de todo y nada, si eras adulto. Y lo peor era que, cuando mejor se estaba, a veces pasada ya la medianoche, comenzabas a oír las voces de las madres reclamando a sus vástagos para recogerse y comprendías que pronto también tu nombre sería gritado, invocado, exigido, y tendrías que dejar de jugar a tres barcos van por el mar hasta nueva orden, abandonando el ansia de aventuras en un timón que ha acabado por derrotar el tiempo. ¡¡¡Davicín!!! ¡¡¡Roberto!!! ¡¡¡Jesusín!!!

   No sólo han desaparecido ciertas costumbres sociales con el pasar de las estaciones, sino que también han ido esfumándose sus protagonistas. Ya son muy pocos los actores de entonces que todavía no han hecho su mutis por el foro, aunque nos han dejado hace años a cargo de la tragicomedia que todos representamos con poca fortuna día tras día. En este 2021 de una tristeza tan contagiosa, el calor veraniego apenas ha dado tregua y por todo el país, junto con el mantra de la seguridad para todos y la necesidad de las vacaciones en la playa como logro social, se ha sentido el doloroso lanzazo de los elementos sobre nuestra piel, obligándonos a buscar la sombra, el agua fresca y un consuelo que no cabe en los libros de historia: anticipan los agoreros que en no mucho tildaremos a estos veranos de frescos, incluso de fríos. ¡Lo que nos queda por sudar a los afortunados que lleguemos a las canículas futuras!

   Dicen que es de bien nacidos ser agradecidos y también que, quien a los suyos parece, honra merece. Los refranes siempre vienen bien; sirven tanto para un roto como para un zurcido. Y te acompañan toda la vida, aunque a veces no les veas la gracia ni el sentido: “Agosto, frío en rostro”; “Quien bien te quiere te hará llorar”. Por eso, aunque a veces con ganas de reírme yo conservo la tradición inmemorial de la siesta, en mi caso más que por devoción, que también, porque me resulta imposible mantenerme despierto mientras hago la digestión; en vez de pelearme por mantener los ojos abiertos sobre una novela, o por mirar el móvil para descubrir que nada cambia y la tierra sigue siendo redonda, o escrutándome los pies y recordándome que de hoy no pasa que me corto las uñas, me depilo el empeine y me hago un tratamiento exprés de crema hidratante, yo prefiero irme a desconectar un rato, ojalá que fuera hasta las siete o más, que bajarse un rato del mundo “motu proprio” es uno de los lujos que ricos y pobres podemos ensayar sin pagar impuestos ni dar explicaciones.

   Suelo elegir un tema de actualidad para aprovechar la siesta al máximo, pues es sabido que en algo hay que pensar hasta el momento feliz de caer dormido y empezar a soñar libremente con figuras del pasado y del presente en argumentos novelescos y a menudo nada convencionales. Para eso aprovecho los suculentos bocados que me ofrece mi apasionante entorno veraniego: una viuda francesa que, a las puertas de la muerte, me escribe por Facebook para legarme trescientos mil euros por mi cara bonita, un banco que me comunica por SMS que mi inexistente cuenta ha sido bloqueada, una hermosa joven rusa en paños menores que busca solteros en Twitter para relación seria y prometedora, una editorial que me ofrece por correo electrónico publicar todos mis manuscritos incluso sin leerlos… Me duermo pensando en ese mundo que gira alrededor del dinero, el sexo, el éxito y la satisfacción, y que, sin embargo, no se interesa ni por el futuro, ni por la sostenibilidad ni por la experiencia histórica. En mis sueños de siesta acabo siempre por perseguir a esa voz que grita a lo lejos, que siempre me es esquiva, inalcanzable, que me llama en la oscuridad y dice, como nadie  podrá repetir, aquel ¡¡¡Jesusín!!!

 


7 comentarios:

  1. Genial como siempre, me ha encantado y me has hecho recordar tiempos pasados de esa feliz infancia que, de mayores nos hace recordar pasajes ya lejanos.
    Besos

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  2. Una maravilla, nunca me decepcionas, Jesús. Esas siestas, tan dulces, tan elocuentes y llenas de sugerencias...

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  3. Evocador, me ha hecho volver a mi infancia esta mañana para alegrar un poco mi día, últimamente me paso gran parte del tiempo revisando los recuerdos de mi infancia y mi adolescencia, creo que el tener conciencia de haber cumplido los sesenta ya, me hace recordar todo para volver a disfrutarlo de nuevo. Un abrazo Jesús.

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  4. En mi infancia, los mayores de mi casa dormían a esas horas de la tarde, o lo intentaban. Yo no, y era una lata tener que estarse quieto o tratar de no hacer ruido que pudiera despertarles. Misión imposible, porque mi padre se tumbaba en una hamaca precisamente en el pasillo, dado que era el lugar más fresco, o mejor, menos caluroso del piso donde vivíamos. Los recuerdos de todo aquello ya están lejanos y borrosos, y ahora soy yo el que duerme la siesta y, despierto o en sueños, echa de menos las voces y reprimendas de mis padres y es que ahora, por fin, ¡les comprendo tanto...!.
    Un abrazo, Jesús. Francisco

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  5. ¡Qué recuerdos de aquellas siestas, de obligado cumplimiento! Y así pasabamos el verano tan ricamente y sin necesidad de aire acondicionado. Desde luego, nos hemos complicado la vida innecesariamente.
    Me ha encantado leer tu relato.

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  6. Qué bonitas reflexiones y qué bellos recuerdos me has hecho tener. Gracias.

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  7. "La verdadera patria del hombre es la infancia" (Rainer María Rilke) ¡Lástima que no todas las infancias son como para volver a ellas! aún así, la voz de nuestra madre siempre suena a hogar...Fresca, magistral descripción en pocas palabras, como si de un poema se tratara, de como ha cambiado la sociedad. ¡Que bien estaban esas generaciones sin tantos "síndromes", etiquetas y falsas necesidades. ¿De verdad hemos avanzado? Puede que, en algunas cosas, en otras, me atrevería a decir que hemos retrocedido. ¡Cualquiera sabe! La duda y la confusión deben ser...¡Socorro! un nuevo síndrome, quiero seguir durmiendo. Gracias Jesús por compartir tus maravillosos y frescos relatos, un abrazo. Chelo.

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