A finales de agosto me siento
como un personaje de la película “Grease”, dejando atrás los recuerdos de un
amor pasional, de esos tan intensos que solo pueden incubarse y explotar como
fuegos artificiales al calor veraniego. Los días pasados, con su enormidad de
horas de luz y sus siestas eternas para no sucumbir a la canícula, se suman a
las noches de cervezas muy frías, risas y despreocupaciones hasta las tantas de
la madrugada. Durante un mes, y sin que a nadie le pueda parecer mal, los
ritmos diarios los puede marcar uno mismo, eligiendo a qué hora se levanta de
la cama, si come o no, o si quiere pasar la tarde tumbado al sol o tirado en el
sofá del salón. Agosto nos permite, si queremos, desconectar de las consignas
de los partidos políticos y de los medios de comunicación con la certeza de que
el uno de septiembre, junto con los inevitables datos de la operación regreso
del tráfico rodado, nos facilitarán un resumen, lo suficientemente medido y calibrado,
para que volvamos a preocuparnos por la falta de gobierno, el cambio climático
y los incendios del Amazonas, aunque en el fondo lo que pretendan sea solamente
tenernos entretenidos para que nos quedemos en nuestra casa lamentándonos de
nuestra mala suerte y resignados a la sumisión. Septiembre también será el mes
del renacimiento de los nacionalismos y las independencias, con el sonido al
fondo de las máquinas tragaperras en los bares, los ojos vidriosos y las
visitas médicas pospuestas.
Como el personaje de “Grease”, creo que se llamaba Danny Zucco, ya me
veo cantando mis penas por las esquinas, relatando a mis amigos los detalles
magníficos e idolatrados con los que decoramos el pasado y deseando en el fondo
que ni vuelva a ser verano, porque se nos impone una felicidad dudosa a golpe
de billetero, ni que llegue el otoño, que es el triunfo de la depresión y los
ansiolíticos, la caída de las últimas ilusiones.
El treinta y uno de agosto es justo ese momento en que uno pediría, si tal
deseo fuera aún posible, el milagro de la detención del calendario y la
multiplicación de los panes y de los peces, para vivir en un presente continuo
en el que no hubiera ni negaciones ni olvidos, ni hambre ni necesidad. En ese
presente edénico, puro y prístino, en el que no hubiera pandemias, hambrunas,
conflictos bélicos ni saqueos por móviles económicos, en el que el ser humano
viviera y dejara vivir a los semejantes y a los que no lo son, sí que me
gustaría instalarme y darme el tiempo suficiente para llegar a aburrirme de ese
espíritu paradisíaco. Un deseable día de la marmota.
Tal vez porque la vida no es una película ni tiene reservado para
nosotros un papel protagonista en el desarrollo de su guion es por lo que a
veces sentimos nostalgia, esa araña que se instala en el corazón, se aferra a
él con sus ocho patas articuladas y nos inyecta el veneno del ayer. Sus
consecuencias no son letales, aunque los ojos expertos puedan observarlas a
simple vista: una melodía, un aroma, un paisaje, nos despiertan de repente una
sucesión de imágenes nítidas que a menudo vienen acompañadas de una lágrima, un
sentimiento de congoja. Es una extraña forma de sentirnos vivos, porque solo lo
conseguimos, curiosamente, con memorias de las que ya se ha enseñoreado la
muerte, en las que campa por sus respetos y de las que ya sabemos que no
pertenecen en modo alguno al mundo real. ¡Qué absurda forma la de estar vivo
añorando entelequias y practicando el escapismo al modo del gran Houdini!
Ustedes me dirán que “Grease” y “Atrapado en el tiempo” acaban bien y
que sus protagonistas llegan al beso final pese a todo, que no es tan fiero el
león como lo pintan y que en el fondo el ser humano no es sino un destello
temporal hacia la muerte, que debe ser aceptada con resignación cuando se presenta.
Y yo les diré que sí, pero que la muerte casi siempre llega tan callando como
ya sabía Manrique y que muchos de sus servidores se van dando alaridos y
lanzando blasfemias. En nuestra existencia humana son muchas las aventuras que
acaban mal, con dolor y frustración. Por eso, si sienten en estos días un poco
de nostalgia, por leve que sea, deténganse un momento y piensen en lo que son,
en lo que fueron, en lo que serán, y beban, y rían, y canten, todo el año, a
todas horas, siempre.
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