sábado, 3 de febrero de 2024

Los dones del arte

 

 


   Vengo todas las tardes del año al museo, menos el domingo, que lo cierran por descanso semanal. Entonces, para no aburrirme, y para no apuntarme al club de los enganchados al fútbol vespertino, cerveza en mano para disfrutar de la mejor liga de mundo, los ojos planos de tanto ver la pantalla de la televisión, me dedico a pintar a la acuarela en el desván de la casa del pueblo. No son cuadros importantes, lo sé, les falta profundidad y una mirada propia, pero persigo en mis lienzos los atardeceres sobre la encina solitaria de la colina o la avenida de las aguas hacia el puente de piedra, siempre tan quieto. Pinto como respiro, me digo, y lentamente me dejo fluir hacia la mezcla del agua con el color azul, triste.

   En el museo provincial ocupo siempre el mismo asiento, como si fuese el extra de una película. De frente a los nenúfares, manchas violáceas y verdes que palpitan sobre el fondo blanco, que parecen hablarme incluso, paso el tiempo, sin prisa. Sobre todo, observo. Cuando me siento sobrecogido por una emoción nueva, un golpe de entusiasmo, un impulso, tomo notas en mi vieja libreta, garabateando líneas, rayas, hasta saciar en el papel mi ansia de conocimiento. Luego puedo sumirme en el letargo de la observación durante horas, hasta que la voz correosa de la vigilante de la sala me informa sin entusiasmo alguno que ya es hora de cerrar. Recojo mis aperos, echo la última mirada al cuadro palpitante y salgo a la nada, donde nadie me espera, donde nadie repara nunca en mí.

   De ocho de la mañana a cuatro de la tarde soy invisible. Es cierto que ceno en casa, me lavo los dientes, duermo hasta el amanecer, cumplo en la oficina y tomo un menú de nueve noventa en el bar de la esquina, pero es como si fuera un fantasma, o peor, un mueble viejo de un mobiliario desechado por inservible, poco más que eso. Vivo, pero no me veo vivir. No hasta las cuatro, cuando por fin llego al museo, me siento en mi banco y puedo otra vez sumergirme en las aguas terrosas de las flores primaverales, pero sin cursilería, claro, faltaría más. En este cuadro de las tardes no hay trinos, ni mariposas, ni melodías pegadizas. Hay arte, respiración, hálito. La mayor parte del tiempo sólo yo y los cambios de luz tras el cristal de la ventana del fondo. Silencio y aire.

   Algunas veces la tarde se altera: grupos de escolares arrastrados con hilos invisibles por oficiantes del saber, turistas japoneses que se sienten desorientados sin sus cámaras electrónicas, algún artista reconocido que oficia miradas esquinadas y gestos despectivos a sus perros acompañantes. Pocos mortales van como yo de a uno y rara vez se pierden por esta sala del piso tercero donde se exponen cuadros raros, fuera de serie, extrañas singularidades de la historia del arte. Un espectador para un cuadro, me digo, un roto para un descosido.

   No obstante, a veces, ha ocurrido lo inesperado y he tenido que salir de mi mundo cerrado y propio, casi siempre contra mi voluntad. Una vez una señora se me quedó mirando y yo noté que se emocionaba mucho, muchísimo, hasta el punto de que creí que se iba a poner a llorar desconsoladamente delante de mí, pero se contuvo, lo hizo con gran aplomo, y cuando por fin pudo articular palabra sin sollozar me dio un par de palmaditas en la espalda, una manzana y un billete de diez euros. No tenía más, me dijo, pero esperaba que me fuera útil.

   Otra vez, cuando llegué a mi asiento, estaba allí sentado un anciano de pelo cano y, cuando me senté a su lado, comenzó a hablar de temas que le interesaban: la nostalgia por el tiempo pasado, la Guerra Civil, el oro de Moscú, los años del hambre, la necesidad de la tercera República, la nueva izquierda, el negocio editorial, los libros de Marx y la política norteamericana en Cuba, cosas así que se mezclaron con los nenúfares y dejaron en la tarde un barrillo de sombra que tardó varios días en desaparecer completamente.

   Y una vez, quizá la que más añoro, una mujer de apenas cuarenta años me cogió por la mano, me llevó al fondo de la última sala y sin mediar palabra me besó en la boca con deseo, con voracidad; aquella tarde los nenúfares quedaron empañados por la luminosidad de los fuegos artificiales y sus crescendos musicales. Desde entonces vuelvo todas las tardes a contemplar los nenúfares, pero de reojo miro también a ver si vuelve ella, para buscarme con su boca las costuras del silencio. No creo que reaparezca; ya hace más de un año desde nuestra colisión en el museo y, de haber tenido interés, hubiera regresado al banco, donde podría imaginar que me encontraría siempre, Penélope esperando con los labios abiertos y la boca reseca.

   Lo cierto es que fue única, como irrepetible soy yo en esta espera impaciente. Sin alma gemela, mis ojos están atados con cinta invisible al cuadro de nenúfares donde me consumo tarde a tarde, en esta planta olvidada del museo, por la que apenas transita nadie. Pero es mi última esperanza, mi único consuelo posible: no tardará en volver y, cuando vea mis ojos como acuarelas en donde naufragan los barcos de las marinas, me salvará de este naufragio con su aroma de lavanda y lilas, con sus besos de raíces indómitas, con sus solemnes besos. Y yo renaceré otra vez al dolor y a la esperanza.

 (Este cuento obtuvo el primer premio en el XII Concurso Intergeneracional de Relatos Cortos (mayores de 60 años) convocado por la Universidad de Burgos en 2023)



12 comentarios:

  1. Jesús: tu prosa es fluida e invita a la lectura y tu narrativa tan original ! Te felicito por el premio. Me encantó. Abrazos desde La Plata Argentina.

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  2. Jesus, como siempre lo vuelves a clavar. Un relato vivido y entrañable.

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  3. Me emociona tu relato Jesús, !Como lo entiendo!!! El pincel en mi mano, el papel o el lienzo en blanco, hacer nacer un sentimiento con el agua, con el color. La vida entonces adquiere sentido, la esperanza tambien.Cuantos ratos de museo buscándome!!!. Precioso relato una vez más. Isabel

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  4. Ese premio estaba bien merecido, fue una gran lectura, me gustó muchísimo. Felicidades amigo. 👏👏

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  5. Enhorabuena Jesús, me gusta mucho tu relato. A este ritmo de ganar los primeros premios, tus competidores deben estar desmoralizados...

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  6. Querido Jesús. Quizás este sea uno de tus relatos que más me ha emocionado. Quizás porque el Arte es una de las pocas cosas que me reconcilia con este mundo.
    Concha

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  7. Es muy hermoso, Jesús. La esperanza atada a los nenúfares, es exquisito.

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  8. Precioso relato, Jesús! Felicidades por el premio.

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  9. Lo titularía: El cansancio de inventarnos nuevos objetivos para seguir sintiéndonos vivos. Es broma, sería demasiado largo. " Salir a la nada" podría ser otro título." El milagro esperado" La mujer de cuarenta años que rompe la monotonía, que inyeccta vida y deseos de seguir vivo. Total: La esperanza de algo nuevo y gratificante... Otro título? Llenar la vida de sentido? Como decía el poeta, hay un camino virgen para cada uno, tal vez lo importante sea no parar de buscarlo. Genial una vez más Jesús, describes como nadie la monotonía y la búsqueda del sentido de la vida.Un abrazo. Chelo.

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  10. Fantástica prosa poética, sensibilidad delicada que fluye por los poros y toca nuestros cinco sentidos, haciéndonos vivir las sensaciones del autor y cada uno de sus pensamientos. Verdaderamente, arte. Enhorabuena.

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