lunes, 4 de abril de 2022

Gusanos de seda

 

 

   A Samuel le regalaron en el cole una caja de zapatos: estaba llena de unas minúsculas bolitas. Eran huevos, cientos de huevos. Si los guardaba en la calidez de su casa, en la primavera saldrían de ellos incontables gusanos de seda, al principio muy pequeñitos, casi como hilos; si los alimentaba con hojas de morera, los vería crecer a ojos vista hasta que se encerrasen en un capullo de seda para convertirse en mariposas. No debería darles hojas de lechuga, porque les sentaba mal y se morían.

   En la ciudad de Samuel era fácil encontrar lechuga; la vendían en todos los supermercados y además era barata. Pero él nunca había visto un moral. A sus ocho años los árboles no habían sido motivo de su interés y no distinguía un falso plátano de una acacia, una morera de un liquidámbar. Por eso le preguntó a su madre:

   —¿Hay algún moral cerca? Necesitaré sus hojas para que no se mueran.

   Pero su madre no supo decirle. Su maestra le dijo que tal vez el jardinero municipal se lo podría indicar pero el empleado no le dio buenas noticias: antes había muchos en los márgenes de la antigua vía del tren, pero los arrancó el ayuntamiento para hacer un camino de recreo destinado a los domingueros.

   Samuel recurrió a la bibliotecaria, que tenía fama de sabia, y ésta le dirigió al patio de la residencia de mayores, donde había cuatro inmensos ejemplares. Claro que tendría que pedir ayuda, porque él solo nunca podría alcanzar las ramas por sus propios medios.

   La directora le dio permiso con la condición de que fuera los sábados o los domingos a mostrar sus gusanos de seda a los residentes; a cambio le rellenaban su bolsa con tantas hojas, que no tuvo que recurrir a la lechuga del supermercado. Cuando los ancianos le veían salir radiante con su preciada carga para la semana, se acordaban de cuando eran niños y tenían esa misma ilusión. Y se quedaban sonriendo bajo la protectora sombra de los morales.

9 comentarios:

  1. Me trae recuerdos de Zaragoza, mi padre nos traía esas bolitas, y traía también hojas de morera, veíamos cómo formaban el capullo, cuando se convertían en mariposas las soltábamos en el campo. Gracias por devolverme estos recuerdos, Jesús, nunca había pensado en cómo se esforzaba de mi padre para mantener vivos los gusanos y pudiésemos ver volar a las mariposas, él siempre encontraba hojas de morera.

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  2. Que recuerdos !!
    Quien no ha tenido esa caja llena de gusanos de seda.
    Mi padre compró un árbol de morera, así luego todos mis hermanos incluida yo, tuvimos ese alimento para nuestros gusanitos dentro de nuestro jardín, me has hecho recordar parte de mi infancia, gracias !!

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  3. Delicioso,lo tengo tan presente que parece ayer cuando yo jugaba con mi hijo,que claro también se acuerda

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  4. Las moreras junto a la vía del tren podemos situarlas en una localidad próxima, por ejemplo junto al tren de las Cinco Villas. Podemos cambiar la residencia por la Anunciata, donde había una morera enorme y dónde íbamos a "robar" tan preciado alimento para nuestros gusanos de seda, precisamente en una caja de zapatos.

    Tiro certero al pasado.

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  5. En el patio del colegio, en San Lorenzo, en los Alcázares.... y mis hijos al lado del Parador de Mazagón.... ¡y lo ricas que están las noras blancas de final de curso....! Gracias, Jesús por taerlo del olvido.

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  6. Son árboles muy bonitos. Todos los árboles dan mucho a cambio de muy poco.

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  7. Buenas tardes Jesús, de nuevo tu relato me hace evocar mi niñez. Mi época de gusanos de seda transcurrió en la barriada de La Chana, en Granada y allí había un sitio estupendo para ir por mórea, para alimentarlos, era en la fabrica de La Azucarera Granadina, en la antigua carretera de Málaga. Era todo un reto y una aventura cuando íbamos a por la mórea. Gracias por embriagarme de niñez con este relato.

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  8. Jose Pons Carlos-Roca10 de abril de 2022, 20:14

    Relato de encantadora sencillez. Nostalgia de aquellas tentativas naturalistas de la infancia.

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  9. Qué bonitos recuerdos, yo iba a por ella con mi abuelo. Ufffff que nostalgia!
    Como siempre un precioso relato. Saludos

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