viernes, 1 de diciembre de 2017

El poeta recuerda a Marisica y siente nostalgia del sabor de las pipas en la gasolinera del pueblo




A Marisica le gustaba ir al cine,
dar besos en la boca,
comer pipas sentada en el banco de la plaza…

Marisica dormía en su cama de nieve
abierta de muslos hacia las estrellas.
La noche tenía una velocidad doble
que ponía piernas largas a Johnnie Walker.

Mientras los ovnis surcaban los cielos
desde España a Cabo Verde
y en las últimas tabernas sonaban el Gabinete Caligari
y las mornas de la saudade de Cesaria Évora,
Marisica se cocía en el zumo de tomate
de sus sábanas adolescentes.

Dormía, tal vez imaginaba, el oscuro pelaje de la noche,
las cornadas de los toros de lidia en plazas montaraces,
el sonido del embrague en la trasera de la gasolinera,
la flor de la pasión,
pétalos cayendo en su cama desde las estrellas.

Me gustaba besarle los labios, mientras dormía,
y buscar los restos de las pipas en su boca,
mezclados con el brebaje de malta.

De tal secreto,
solo me queda la nostalgia
y un sabor de pipa amarga
que a menudo se atraviesa en las noches de insomnio.

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