Durante la semana, dedico parte de mi tiempo libre a vicios
inconfesables y otra parte a ensayar alguna obrita de teatro con los colegas
de la compañía, todos aficionados pero no obstante con un ego que no cabría en
Brasilia, la capital de Brasil. No es difícil que entre nosotros salten chispas
por cualquier cosilla, que hace muchos años que nos hemos convertido en rivales
por un protagonista, un galán joven o un característico: nos hierve la sangre en
cuanto al lado del nombre del personaje pone “rey”, “alcalde”, “caballero”… y
seríamos capaces de malvender a nuestra abuela por ser el elegido, apto o no,
para representarlo. Incluso, las mujeres son mis enemigas en los castings, pues
quién mejor que yo mismo para hacer de suegra malvada, prima sexy o dama joven;
si es que los hombres en general hacemos en el teatro mejor de mujer, con más
matices, que cualquier actriz, por muy bien que actúe y, además, envejecemos
mejor.
Por eso, y porque ya no nos fiamos unos de otros, que son muchos años de
ensayos y festivales para aficionados, hace tiempo que decidimos contratar
siempre a un director ajeno al grupo para que seleccione la comedia, reparta
los papeles de acuerdo a su criterio objetivo y ponga paz y después, si eso
fuera posible, gloria entre todos nosotros. Claro está que lo odiamos, con un
ahínco casi profesional, pero suele mandar durante toda una temporada y solemos
fingir como locos para confundirle y que nos asigne el rol que más nos gusta o
para robar el que nos debería haber encomendado desde el principio, cuando
llegó ciego de la calle y sin tiempo suficiente para conocernos bien. No sería
posible contar la de codazos que doy y que recibo para dejar de ser Campesino
segundo y alcanzar, por ejemplo, el de Príncipe, que tiene monólogo, capa y casi
corona: no conozco, ciertamente, a nadie más monárquico que un actor en busca
de un gran papel.
Para este año nos ha tocado una comedia exagerada de un cómico italiano
de hace casi cien años. Tal vez hayan oído hablar de él, un tipo napolitano que
responde al nombre de Eduardo de Filippo y que al parecer es un dramaturgo muy
pero que muy bueno y reconocido. La protagonista absoluta es una mujer, que
manda más que un teniente coronel y para cuyo lucimiento está escrita toda la
obra: y claro, se la tenía que dar a la Luisa, que no ha parado de ponerle
ojitos, ponerse mallas ajustadas y renovar su colección de Wonderbra desde que
le puso cara al pánfilo del director y se percató de que no era de la otra acera.
Hoy hemos venido a representarla a este pueblo de la España profunda,
dentro de un concurso para compañías aficionadas que ya tiene muchos años y
cierto prestigio entre los grupos amateurs. Pero no sé a qué viene tanta fama:
el local es pequeño, las sillas incómodas y no se ve nada desde la fila quinta,
aquí no han puesto la calefacción desde la Guerra Fría y ningún elemento del
ayuntamiento ha aparecido por estas tablas desde que nos han dado las llaves.
Nos sentimos como extranjeros tirados al pilón, pero sin pueblo y sin agua.
Para colmo hemos tenido que limpiar los restos, repugnantes, de la obra de
ayer, que, a juzgar por las manchas de tomate, debió de ser por lo menos
“Hamlet” o “Rey Ubú”: era cosa de risa ver cómo al principio nadie quería interpretar
el papel de señora de la limpieza, qué raro, pero finalmente, o limpiábamos, o
nos rompíamos la crisma en vivo y en directo.
La función ha sido un éxito. No han venido muchos, y eso que la
asistencia era gratis, pero se han reído mucho mucho con las improvisaciones de
unos y de otros, y al final nos han aplaudido, nos han gritado varios bravos y
hemos saboreado eso que llaman éxito y que es el veneno del teatro: cada uno de
nosotros pensábamos que en el fondo nos aplaudían solo a nosotros y lo mismo le
pasaba al director cuando ha salido a saludar. No importa que después nadie se
acuerde de nuestros nombres, ni que no nos den un premio, ni nada: el teatro
está por encima de esos reconocimientos puntuales. Lo importante es que para
hacer esta función como la he hecho, una gran interpretación, habría sido capaz
de matar y eso me hace más fuerte, el mejor.