Es inútil, doctor, que me busque las venas.
Ya solo tengo
barcos,
naves viejas y
negras
que me surcan de
pies a testuz,
dejando una estela
de delfines a mi espalda.
Si se fija bien,
verá los chapoteos descuidados
a la altura del
coxis
y algunas ballenas
taponando la carótida.
Pero sangre,
lo que se dice
sangre,
no me queda.
Si acaso fuera
imprescindible para sus análisis,
búsquela en las
paredes de la Alfama,
rastréela en las
tabernas junto al Tajo,
despíntela de los
azulejos
donde zurearon las
palomas torcaces
de mi amor por
Lisboa.
Nada más tengo.
Ya le he dado hasta
la nostalgia de sus calles.
El resto es una
historia de amor
tan intenso,
que no ha dejado en
pie
ni el ardor de la
sangre.
Ya solo tengo
barcos.
Y el mar para
desgarrarme.
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