viernes, 24 de agosto de 2012
domingo, 19 de agosto de 2012
Florencio (Homenaje a Juan Rulfo)
Querido
Florencio:
Tu
última carta ha llegado a mis manos húmeda de la lluvia. El cartero me la trajo
bajo una cortina de agua que oscurecía la colina donde se asienta la media
luna. Supe nada más recibirla que me la mandabas desde un lugar con mar,
porque, además de la sal de tus lágrimas, tenía el sabor de los puertos del
Caribe. Para leerla mejor, me he quedado completamente desnuda, como cuando nos
íbamos a bañar al río. ¡No sabes cuánto echo de menos aquellas tembladeras!
Nosotros tan solos, después de haber engañado al patrón, bañados por el reflejo
del agua en las nubes. Y tu piel tan blanca, tan suave, recortada en la
corriente, dejándose ir a la deriva en mis muslos. ¡Tener tanto calor y estar
con el agua hasta el cuello! Como ahora. Solo que no estás tú y tengo que vigilar
no vaya a venir Pedro y me sorprenda desnuda encima de la cama, con tus prendas
de amor. Porque yo sé que él sospecha, que por la noche se acuesta a mi lado y
me pone su aliento en la nuca. Yo respiro entonces profundamente, como si
estuviera dormida, y sudo, sudo porque tus manos me recorren con deseo. Le hago
creer que no le escucho y de vez en cuando le contesto alguna tontería, como si
hablase en sueños. Le digo, por ejemplo, que el trigo se ha incendiado de amor
y que Florencio va a acudir con un hidroavión a sofocarlo, o que la perdiz de
la jaula se ha quedado tuerta de tanto esperar al cartero. Una noche se me
escaparon los grillos y le confesé que estaba desnuda bajo la cobija porque te
estaba esperando, que su hijo Miguel me había dicho que venías a pedir mi mano.
Se apretó contra mí, como si tú no estuvieras en medio de los dos, y me
suplicó, llorando, que regresase a su lado. Pero yo estaba remansándome en ti
de nuevo, y me imaginaba que sus lágrimas caían en el papel que tú usas para
las cartas, y que así me recompensaba de la amargura de esta prisión en que me
tiene y no me tiene. ¡Ay Florencio! ¿Hasta cuándo te voy a esperar desnuda en
esta casa? ¿Hasta cuándo esperaré para que me lleves al mar y las gaviotas me
picoteen las nalgas mientras te abrazo? Te mando mis besos mojados en guayaba
para que los chupes en el fondo de esta carta. Y te suplico, por las veces que
te bebes mis labios y te cuelas en mi cama por las noches sin respetarme el
sueño, que remontes el río hasta donde te espero y al fin me lleves, aguas
abajo, llama y cristal, hasta el mar donde tienes tus fuegos. Ardiendo en las
sábanas, evaporando el agua de la lluvia estival, te quiere tu afiebrada
Susana
(XVII
Concurso de Cartas de Amor, Calafell 2010)
jueves, 9 de agosto de 2012
Gunter
Cuando me
dieron mi primer destino como maestro, tuve que consultar en el mapa:
Corralejo, un pueblo pequeño en el norte de Fuerteventura. No prometía mucho. Y
para colmo, estaba completamente colgado de un novio lánguido, que no se mostró
dispuesto a trasladarse conmigo tan lejos del mundanal tráfago. Agosto fue una hecatombe.
Pero en mi
primer septiembre en la isla, descubrí que haber ido solo iba a tener sus
ventajas: las playas nudistas, el vello púbico de los alemanes brillando al sol
y varias camas siempre dispuestas a una buena conversación, me enseñaron que no
hay sitio pequeño, sino una mente
estrecha.
A nadie le
importó que para el segundo curso ya viviera con Gunter, el cazador de dunas,
en su apartamentito de pintor loco. ¡Hacíamos tan buena pareja! Me esperaba con
el todoterreno a la salida de la escuela y me llevaba a lugares imposibles
donde aún no nos habíamos besado. Yo tenía fijación con su vello púbico, tan
suave, y me gustaba fotografiarlo al sol, como si me lo fuera a robar un
eclipse. Utilizaba las fotos como marcapáginas de libros.
En cinco años
la Península dejó de existir para mí y aprendí el alemán de corrido.
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