sábado, 28 de abril de 2012

La noche del olivo

 

 

Hace unos años me pidieron del Ayuntamiento de Rivas un par de poemas para convertirlos en canciones para  un concurso de canto de corales. El poema que sigue, una parte de "Sintaxis del olivo", lo convirtió el compositor Pedro Villarroig en la canción "La noche del olivo". Os dejo abajo el enlace de Youtube por si os apetece escucharla:

En las tardes de niebla, en la distancia,   

cuando los sueños guardan los trujales

  y los labriegos miran solitarios 

  la triste soledad de los barbechos, 

  triunfa el invierno como un amo viejo.
 
  Se ha detenido el mundo bajo el frío,
 
 como si muchas vidas se secaran.  

  Los olivos parecen dibujarse
 
  como líneas oscuras en la tierra,
 
  trazando un horizonte de esperanza.
 
  Si acaso semejara que están muertos,
 
  es tan solo un reposo transitorio:
 
  los olivos habrán de dar su fruto,
 
  habrán de recogerlo los braceros,
 
  cuando impere el estío en las colinas.

lunes, 23 de abril de 2012

Sintaxis del olivo


LÍNEAS YUXTAPUESTAS

          Yo sé que se han parado en estos cables
        las aves que marcharon hacia el sur,
        buscando la bonanza en el invierno.
        Y también que después, de vuelta al norte,
        se han orientado libres en el aire
        escrutando las líneas paralelas.
        Como si fueran postes del telégrafo,
        como si acaso fueran pentagramas,
        los olivos dibujan desde el suelo
        un mapa de avenidas musicales.
        Las aves solo tienen que seguirlo,
        dejándose guiar por la nobleza
        de quien todo lo da por nada a cambio.
        ¡Olivos que tenéis brazos abiertos,
        generosos mojones del camino!




        UNIÓN COPULATIVA

        En las tardes de niebla, en la distancia,
        cuando los sueños guardan los trujales
        y los labriegos miran solitarios
        la triste soledad de los barbechos,
        triunfa el invierno como un amo viejo.
        Se ha detenido el mundo bajo el frío,
        como si muchas vidas se secaran.
        Los olivos parecen dibujarse
        como líneas oscuras en la tierra,
        trazando un horizonte de esperanza.
        Si acaso semejara que están muertos,
        es tan solo un reposo transitorio:
        los olivos habrán de dar su fruto,
        habrán de recogerlo los braceros,
        cuando impere el estío en las colinas.



      ANTE LA ADVERSATIVA

      Los troncos se retuercen en su mundo
        de vientos azuzados por jinetes,
        elevando sus ramas victoriosas
        más allá del perfil de las arenas.
        Vienen de un mundo árido y reseco,
        con su carga de años y de frutos;
        nos traen la memoria del pasado,
        la insobornable fuerza del guerrero,
        el misterioso canto de los dioses.
        Los olivos entonan en las tardes,
        cuando el rumor del agua es un arcano,
        una danza furiosa contra el aire
        que pretende robar sus sueños viejos;
        resisten, sin embargo, a los embates
        y surgen como héroes del tiempo,
        para traer noticias de la aurora
        y permitir el triunfo de las alas.     
        En su ascensión hay un rumor de estrellas
        que cobija las ansias del océano.
        ¡Quién fuera olivo, quién superviviente
        de esta guerra larvada contra el cierzo!
        Yo me siento orgulloso de su danza.



        CONDICIONAL POSIBLE

      Si acaso me perdiera en la penumbra
        de los mundos oscuros de la urbe,
        y no pudiera verte con mis ojos,
        si acaso confundido te olvidara
        sumergido en las noches del asfalto,
        y no pudiera amarte con mis besos,
        si acaso un día yo te traicionara
        con los cristales verdes de la aurora,
        y ya no recordara tu memoria,
        si algún día llegase ese momento,
        porque la carne es débil y no tiene
        la misma fortaleza que tu savia,
        perdóname, olivo centenario,
        no me juzgues por vano, que soy tuyo,
        y ofréceme tus frutos y tus hojas:
        dame la luz en ese día oscuro,
        dame tu verde, dame tu armonía.



      SUBORDINACIÓN FINAL

        ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Tú lo sabes?
        ¿O acaso aún lo ignoras como yo
        lo ignoro? ¿Para qué la resistencia
        contra el viento, tu danza contrahecha,
        las ramas bordeando los caminos,
        el furioso granar del fruto verde,
        el presentido aroma del aceite?
        Mi memoria se llena con tu nombre:
        huerto de olivos, palmas, multitudes,
        óleos sagrados para la esperanza,
        la lechuza volando por la iglesia,
        quemándose en las lámparas el luto.
        ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Tú lo sabes?
        ¿O acaso te callas por respeto
        de quiénes no sabemos todavía
        que tu destino es alto, como el cielo?


2º premio del XXXIV Certamen de Poesía del Ayuntamiento de Cheste, 2007







domingo, 8 de abril de 2012

Estela

 

   Estela se sentaba en la última fila de la clase y me escrutaba con sus ojos oscuros como si no me hubiera visto nunca. Desde mi mesa hasta la suya habría unos siete metros de distancia. Como no podía acercarme a ella, me tenía que contentar con mirarla y me quedaba sin saber si tenía ojeras o es que se había maquillado con uno de aquellos perfiladores negros que tanto usaba. Lo cierto era que Estela me gustaba, me gustaba mucho, de una manera en que no me había gustado nunca antes ninguna compañera de clase, pero también era verdad que ahí estaba mi penitencia, pues solo compartíamos clase de desdoble de inglés y el resto del tiempo estábamos en aulas diferentes.
    La maniática de la profesora, la Sole, nos obligaba a sentarnos en clase por orden alfabético, por lo que Estela se sentaba con Patricia la roja y yo tenía por compañera a la Chelo, simpática y buena conversadora en inglés, que me mareaba con sus okeis y sus veriguels. Como aquella era mi única oportunidad de verla en todo el día, me había acostumbrado a sentarme de medio lado y a no dejar de mirarla. Con el tiempo, me di cuenta de que Estela también me miraba, supongo que con curiosidad, la mayor parte del clastaim. Pero, aunque yo le sonreía de vez en cuando, con una mirada tierna que la Chelo me reprimía con un codazo in my arm, parecía poco probable que aquella belleza morena se fuera a fijar en mí, uno de los frikis más frikis de la escul, el menos avispado de una colección de adolescentes más lost que la Sole en Níger.
    Me pasé más de dos meses mirándola, sin atreverme a mandarle una notita en una papela arrugada, ni abordarla cuando terminaba la clase, ni a dar un solo paso que me llevara a hacer un ridículo del que ya había leído mucho en los bucs y que era peor que ser fulminado por un rayo. Los frikis tenemos que tener mucho cuidado con la fama, porque siempre es susceptible de empeorar y luego no te queda rincón donde esconderte de las collejas y los inventos verbales de los avispadillos.
    En el recreo, yo me juntaba con mis amigos a jugar partidos con las bolas de aluminio de los bocatas. Como los mayores nos quitaban las pistas deportivas, los cuatro raros de tercero usábamos las alcantarillas como porterías y no veas cómo lo pasábamos. Era el único rato del día en que casi me olvidaba de Estela. Digo almost, porque no la perdía de vista en casi ningún momento: ella, fumando con el rubio del último curso en la valla exterior, o desapareciendo más allá de la fuente de la rotonda con la bacala de mi clase, o refugiada de la lluvia bajo la marquesina del autobús y pintándose las uñas, sola.
    Luego, por la noche, cuando ya había apagado la luz y tardaba en conciliar el sueño, me acordaba de ella. La veía con sus ojos profundos mirándome desde la noche y se me removía en los adentros una sensación dolorosa y punzante que me agobiaba. Era Lady Morgana. Como un espíritu, Estela se transformaba en mi cama en una mujer de carne turbia y aliento peligroso, que me elevaba como si el cielo me succionara con un tornado súbito. Mientras subía, sentía el horror al vacío, pero me preocupaba más saber por qué Lady Morgana se enseñoreaba de mí cada noche con puntualidad maléfica y me convertía en un pelele en ropa de cama. Mientras bailaba en el ojo del huracán, Estela casi no me importaba nacing de nacing, porque me tenía abducido la otra, la loba, la que no tenía que pintarse los ais para traerme la profundidad del bosque hasta el décimo piso de mi edificio. Pero, cuando caía de golpe, la cama chocaba contra el suelo y el sudor se cortaba de repente, era a la compañera de inglis a la que recordaba, y me sentía mejor y me podía dormir cuaitli.
    Me lo había advertido la Chelo, y también mis colegas del aluminio, que no se me ocurriera dar ningún paso temerario para acercarme a ella, que le gustaban los mayores, que no tenía oportunidad ni siquiera de que me mirara con compasión. Pero yo no las tenía todas conmigo: Estela me miraba durante las clases como si ai fuera alguien y, luego, estaba lo de su transformación en Lady Morgana por las noches, transformación que no me había atrevido a contar a nadie. Ya eran bastante las amenazas de hacerme ver por una psicóloga que mamá me lanzaba cuando no me duchaba en una semana o me aplastaba los granitos del acné, sacando el pus, para que no me lo vieran al día siguiente en la scul. Me lo habían advertido, pues, todos, y además estaba lo de mi madre y su extraña devoción por los saicos. Pero no lo pude evitar y, el mismo día en que cumplía quince años, abandoné las pelotillas de aluminio, los pases de gol y las alcantarillas de la estrit, y la seguí, observen mi temeridad, fuera del recinto escolar, allá donde solo iban los malotes en los recreos para fumar, darse picos y contarse historias sucias. Era peligroso, claro, pero es que Estela era de una belleza que me atraía como las migas de pan a los gorriones y luego estaba lo de su transformación nocturna, que eso era lo más. Yo sabía que tenía que hablar con ella de día, para poder hablar después también de noche. Y tenía que ser en ese orden. Y tenía que ser, porque, si no, preferiría quitarme la vida como la niña tóxica japonesa que llenó de gases los baños de su scul. Todo antes que no tener a Estela, todo antes que perder para siempre a Lady Morgana.
    Ese día tocaba sentarse en la marquesina del autobús a pintarse de negro las uñas de los pies. Me senté junto a ella, sin decir nada. Me miró, me lanzó una breve sonrisa y se descalzó. Como quien está desarrollando un rito, se abstrajo de todo y se pasó más de diez minutos dando pequeñas pinceladas góticas a sus uñas. Nunca había visto yo unos pies más blancos, ni me había parecido el negro más perturbador, que aquella mañana en que mis amigos jugaban al minifútbol y yo creí que me había vuelto a caer del cielo con la ropa de cama. El golpe fue muy fuerte y se me rompió algo dentro, algo como un saco de chicles mascados y revenidos. Me atreví a decirle algo:
    -¿Me dejas pintarte la uña pequeña?
    -Si quieres, claro que sí- me dijo, con un tono de voz tan dulce, que lo mismo era una trampa de miel que un empacho de higos.
    Volvimos juntos hasta la puerta de su clase y quedamos para vernos esa tarde en la explanada de atrás de su casa. No sé ni de qué hablamos, pues la tarde fue muy rara: se hizo muy pronto de noche y se tuvo que marchar a su casa a cenar. Me dio su número de móvil y su cuenta del messenger. Me sentía mayor y un poco confuso: Estela no era como yo pensaba, ni tampoco era igual a la Lady Morgana de mis sueños. ¿Cómo decirlo? No era ni la una, ni la otra. Y era las dos a la vez. Al mismo taim. Creo que en ese mismo momento supe que yo tampoco era solo el lánguido jovencito de la clase de inglés, el friki más destacado de tercero o el torpe in inglis, ese conjunto de disparates en los que siempre había creído. Tenía que tener algo más para que Estela se fijara en mí como un igual, para que no me considerara un majara. Pero, ¿qué sería lo que aquella maravilla había visto en mí? ¿La decepcionaría?
A partir de aquel día, fuimos inseparables: miradas en la clase, paseos juntos por los alrededores del instituto en los recreos, tardes fugaces en los parques, mensajes de móvil, chats por las noches, Estela de día y Lady Morgana de noche, y sobre todo, una tercera mujer que descubrí oculta en aquellos ojos oscuros, una mujer dulce y tierna, llena de ilusiones, necesitada de cariño y confianza, una mujer hermosa y cómplice, que supo construir conmigo una relación pacífica y plena, de amante amiga. Como si fuera tres en una, compleja y sin contradicciones: la colega de clase para el día; la mujer de carne para las noches; y, para el amor, la amiga, la compañera, la cómplice. No sabía yo, cuando la empecé a mirar desde aquellos seven metros de distancia que tan cerca iba a dar con la mujer que me enseñaría que el amor es una fiesta, un estado de gracia, la libertad y la alegría, el sabor al chocolate en los sueños y ojos profundos como besos a oscuras. Algunos me dijeron que el amor me hizo más friki, más bobo, un idiota abducido por una chica calculadora, un hombre bajo la influencia, un calzonazos. ¡Idiotas! Nunca entendieron cómo nos queríamos, cómo nos queremos. Mi estela, My lady Morgana, my friend, mi amante.

2º premio del IX certamen de relatos breves “Conta´m dona”
Catarroja 2009