jueves, 14 de septiembre de 2017

La presidenta



   Hoy estoy nervioso, supongo que es lo normal. Un año más sigo madrugando para llegar al trabajo, haciendo números para que el sueldo sobreviva hasta fin de mes y soñando con ese golpe de suerte que me dé de lleno y me sumerja para siempre en un paraíso de playas desiertas, gin tonics y siestas perpetuas en hamacas mecidas por la brisa. Mi inquietud, no obstante, no se asienta en lo ya conocido, sino en la noticia bomba de que mi empresa la ha comprado de buenas a primeras una multinacional y han botado al que hasta hace nada era el presidente; parece ser que lo han defenestrado sin contemplaciones y lo último que ha hecho antes de desaparecer ha sido enviarnos un mensajito a los empleados de la casa, con un lacónico “átate los machos, que éstos vienen desatados”. Me he escondido en el baño un buen rato, me he tomado un ansiolítico y he reaparecido finalmente con un ánimo dispuesto al sacrificio pero sin que se note que la procesión va por mis intestinos.
   A lo largo de la mañana, corren de aquí para allá los bulos como si fueran noticias falsas de internet, con una agitación de cuerpos y de papeles tal que parece que hay marea alta, pero luego llegan otras noticias, tan falsas como anuncios del gobierno, que dicen todo lo contrario y a la vez lo mismo de antes. En pocas horas ha caído todo el consejo de dirección y se ha levantado, se ha nombrado un presidente de origen norvietnamita, un qatarí, un estadounidense con asuntos judiciales pendientes por trata de diamantes de sangre… y ya se han contratado y despedido a diecisiete directores de gestión de personal. Según las noticias, me han ascendido tres veces, me han despedido nueve y me han cambiado de departamento al menos en cinco holocaustos. Cuando bajo a tomar el café, las acciones de mi empresa han perdido dieciocho enteros y mi puesto de trabajo está vacante, por lo que ya no sé si me debo reincorporar tras la pausa o darme un atracón de napolitanas de chocolate.
   Todo sigue igual de inestable hasta la tres de la tarde. Todos hacemos como que trabajamos, mirando a la pantalla del ordenador y llamando por teléfono a supuestos clientes, pero estamos en tal conmoción por la falta de un responsable en la empresa que todo se paraliza sin que, en el fondo, tampoco pase nada. Es la calma que precede a la tormenta y cada cual se preocupa secretamente por encontrar aquel paraguas de publicidad corporativa que un día guardó en el almacén para un caso de emergencia. A mí me da por arrancarme a tirones los pelos que asoman por los caños de mi nariz y de vez en cuando estornudo agriamente como para demostrar que, a pesar de todo, aún sigo vivo y molestando.
   A las tres y cuarto dicen por la televisión, en las noticias, que la empresa ha sido absorbida por una multinacional europea en una operación supervisada por el gobierno y que nadie tiene nada que temer, que se van a respetar los puestos de trabajo y los sueldos de los trabajadores. Es la hecatombe: por experiencia sabemos que van a hacer precisamente lo contrario de lo que anuncien y que nadie va a salir indemne de este trance. Asimismo, desvelan que va a ser una mujer la nueva presidenta de la empresa y todos se congratulan de este avance en políticas de igualdad, pero los muy sinvergüenzas se callan que los méritos de la tal no son sino ser la ex mujer de un político, ahora en la cárcel por corrupción, que no sabe hacer la letra o con un canuto (parece ser que canutos sí que sabe hacer) y que va cobrar un dineral por ser una mujer de paja (esto último dicho sin segundas).
   Después de los anuncios vespertinos de optimización de servicios, personal y salarios, llego a casa por la noche hecho polvo. No pensaba yo que a mis años iba a ver cómo un lobby internacional se iba a permitir este desembarco neoliberal en una empresa como la mía y aún menos que este expolio lo iba a facilitar graciosamente el gobierno: en poco empezarán las reuniones individuales con todos nosotros para, en el mejor de los casos, rebajarnos un diez por ciento el sueldo, aumentarnos la jornada laboral y eliminarnos los incentivos, que ya vivimos por encima de nuestras posibilidades. Mientras la presidenta sonríe en las fotos de los mass media y adelanta contratos con empresas que antes estuvieron relacionadas con su ex marido, me pregunto de qué debo prescindir en mi vida diaria antes de que definitivamente ellos prescindan de mí.

1 comentario:

  1. Esto debió ocurrir hace tiempo, pues dudo que queden empresas por expoliar. Ahora, para tapar al marido de la Presidenta, o alguno de sus amigos, simularán (en directo o en diferido) que liquidan por trozos el país, la nación, el estado o la patria -escójase el término que más se acomode a la inquietud filosófica o ideológica de quien lo lea- para así poder seguir expoliándonos la vida.

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