Cuando estudiaba en la escuela
los conceptos de tiempo, velocidad y distancia, convertidos en absurdos
problemas de móviles, coches que salían de un punto A y un punto B a distintas
velocidades y que tenían que encontrarse, esa era la cuestión, dónde, yo me
imaginaba siempre que acababan colisionando estruendosamente, desintegrándose
en el acto, no dejando ni los restos, para que mi profesora coja y malhumorada
tuviera que aceptar que no había evidencia alguna, prueba alguna, de que el
encuentro pudiera producirse. Y qué aburrimiento aquello de que la velocidad es
igual a la distancia partida por el tiempo. Verdades universales: el tedio
eterno para quien piensa tan solo en jugar por la tarde en el parque mientras
se come un trozo de pan con chocolate.
Ahora que soy mayor y que hace años que me libré de mi profesora de
matemáticas, que supongo que todavía andará por el mundo con su trantrán y sus
pasitos cortos pero sin haber descubierto aún lo que es de verdad la velocidad,
debo reconocer que a mí me gusta conducir una barbaridad y que adoro pisar el
acelerador y comerme los kilómetros a bocados. Y también es verdad que maldita
la falta que me hacen las fórmulas físicas para encender el motor y salir a
quemar goma por las carreteras; necesito dinero para llenar el depósito y
tiempo libre para disfrutar del ocio, pero nada de eso me lo han facilitado las
horas muertas e inútiles pasadas en la escuela calculando ecuaciones de segundo
grado o memorizando las formas verbales del español. Que nadie va y te dice en
una cena de amigos que el futuro de subjuntivo de conducir es condujere ni que
la velocidad es eso del tiempo y de la distancia, que si alguien dijere esa
tontería todos nos quedaríamos como estupefactos, pensando que le ha dado un
aire: si la velocidad fuere igual a la distancia partida por el tiempo, qué mal
rollo, oye, que éste está zumbao. Y
qué ricas están estas almejas.
A mí lo que me gusta es conducir de prisa, con la música a tope, sin pensar
en casi nada más, derrapando, dándole al claxon para hacerme notar. Y dejar el
coche donde me pete. Sé que a muchos amigos míos no les gusta mi forma de
conducir y que casi nunca se montan conmigo, pero yo lo prefiero, porque estoy hasta
las narices de todos esos listillos que te miran con prevención, te sugieren
que dejes de mirar al móvil mientras negocias las curvas y te recuerdan cada
poco que la velocidad está limitada a cincuenta o que el semáforo está rojo,
como si yo no lo supiera. Me salto los pasos de cebra porque se me pasa por el
forro y me meriendo las señales de tráfico porque me importan un pito: ya tengo
el gepeese para que me avise de los rádares de control de velocidad, que es lo
verdaderamente importante. Hace años que en mi coche no monta nadie de mi
familia y todos salimos ganando: a mí no me dan la chapa y yo les sigo hablando
en las cenas de Nochebuena.
Pensarán que no sé lo que me hago y que estoy gilipollas, que me habrán
crujido a multas y que no tendré ya puntos en mi carné de conducir, pero están
errados como burros: ya me encargo yo de que no me cojan en ningún renuncio, que
no es tan difícil. Ya se sabe: hecha la ley, hecha la trampa. Hay quien roba un
chupachups y le meten un puro, y quien asalta las arcas del tesoro y, sin
embargo, le condecoran con la orden del mérito nacional, todo es cuestión de
modos y maneras, de fórmulas de esas que no te enseñan en las clases, pero que
te abren las puertas de la sociedad aun con las manos manchadas y te cierran
las puertas de la cárcel aun con las manos limpias. Me gusta correr con el
coche, sí, avasallar, apretar, imponerme en la carretera y comerme los pasos de
cebra, parar en doble fila, aparcar en zonas reservadas a minusválidos.., pero,
mientras no se demuestre lo contrario, mi honestidad está a salvo y tengo todos
los puntos en el carné. La cuestión fundamental es no dejar pistas, desintegrar
las evidencias, hacer desaparecer las pruebas, y no quedará ni rastro de los
hechos. En ese caso la culpabilidad es igual a la distancia partida por cero. Si
yo solo había parado un minuto para sacar dinero en el cajero automático…
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