Llega un momento en la vida en que, por muy serio que seas y por
muchos motivos que tengas para creerte importante y necesario, tienes
que empezar a tomártelo todo a broma. Se trata de reírte de ti, y de
todos, y de todo, para no sucumbir a la fealdad de la realidad. Reír
para sobrevivir, para superar el día a día con éxito, para no acabar
desencadenando un holocausto nuclear ante cualquiera de los muchos
contratiempos de la vida cotidiana. Reír para que no te tengan que sacar
en las noticias diciendo que te has convertido en un talibán, en un
asesino en serie, en un loco peligroso, mientras tus vecinos de escalera
de toda la vida se muestran sorprendidos y dicen el consabido
veredicto: era un señor educado, correcto, muy atento con los niños;
nunca nos hubiéramos imaginado que llegara a comportarse así. Qué miedo,
oiga. Qué vecinos tan peligrosos tenemos todos.
Y es lo que me pasa a mí, que vivo asustado, muy asustado. Me he
pasado toda la vida obedeciendo a mis mayores: que si no sorbas la sopa o
te doy un sopapo, que si no te toques ahí o no te rasques en público,
que estudia mucho para hacerte un hombre de provecho, que si acata la
normativa e incorpórate al ejército para regalarle de gratis un año y
pico de tu vida, que si trabaja animoso de sol a sol y no te quejes
cuando tengas que pagar tus impuestos, que hay que hacer país, que si
paga tus impuestos, apriétate el cinturón, colabora solidariamente con
el prójimo y trata a los demás como te gustaría ser tratado a ti, y
hazlo de buena gana, que tu conciencia te deje dormir por la noche. ¡Qué
lavado de cerebro en toda regla! Y por eso me río tanto ahora, porque
tanta obediencia, oiga usted, que me diga para qué me ha servido. No
solo no he salido de pobre, sino que, además, veo que la mayoría que ha
cumplido estos preceptos tampoco lo ha hecho. Como si nos hubieran dado
un máster de muchos años y mucha especialización, no en ciudadanía
responsable, sino en aborregamiento general y básico. Y todo vestido con
una toga muy negra y muy seria. La universidad de la vida.
Veo ahora con toda claridad que me sobran estas telas de luto y estos
trajes grises cortados con el patrón de la seriedad, pues nada hay más
patético que hacerse mayor, aproximarse a la muerte a la velocidad de la
luz y seguir manteniendo los principios del pasado mientras tu médico
de cabecera te entretiene con placebos, te escatiman la pensión con
técnicas de laboratorio, te cierran los centros de atención a la tercera
edad y te niegan la ayuda a domicilio que solicitas de acuerdo con la
ley de dependencia. Y todo bien escrito, redactado con sus magníficas
frases aprendidas en los cursos de másteres en Economía Neoliberal o en
Dirección Eficiente de Ancianos Estorbosos. Cómo no me voy a reír con
toda esa prosa en la que me comunican pomposamente que me congelan la
pensión, me suben los impuestos y me recortan los pocos servicios a los
que hasta hace poco tenía derecho y ahora no.
Y llega el momento, uno cada cuatro años, en el que se supone que
puedo expresar mi opinión y con un voto, un simple voto, puedo elegir un
gobierno. Hasta me podría sentir importante. ¡Como si un voto, un
simple voto, pudiera relatar la indignación que yo siento ante este
atropello a mis canas! Y veo a todos esos políticos de medio pelo, con
sus trajes caros, sus relojes de lujo, sus estilismos a la moda para
ocultar la mediocridad, sus carteras repletas y sus feas palabras,
prometerme un mañana mejor a cambio de mi confianza. Después de tanta
promesa también los veo irse de putas. Y me río, claro que me río.
Algunos, incluso, quieren amenazarme y tratan de despertar viejos
fantasmas, como los de los comunistas, para que no pueda dormir por las
noches, pero a estas alturas de la película a mí ya no me asustan ni los
unos ni los otros, faltaría más. Si acaso, lo que me gustaría es que
cambiásemos el guion y los actores, para ver que no continuamos con más
de lo mismo, con esta seriedad mediocre y triste que no ha servido para
casi nada, excepto para que cuatro listos nos hayan chuleado hasta el
día de hoy. Y para tomarse la vida con una seriedad inútil y ridícula.