domingo, 19 de junio de 2016

Muy serio



Llega un momento en la vida en que, por muy serio que seas y por muchos motivos que tengas para creerte importante y necesario, tienes que empezar a tomártelo todo a broma. Se trata de reírte de ti, y de todos, y de todo, para no sucumbir a la fealdad de la realidad. Reír para sobrevivir, para superar el día a día con éxito, para no acabar desencadenando un holocausto nuclear ante cualquiera de los muchos contratiempos de la vida cotidiana. Reír para que no te tengan que sacar en las noticias diciendo que te has convertido en un talibán, en un asesino en serie, en un loco peligroso, mientras tus vecinos de escalera de toda la vida se muestran sorprendidos y dicen el consabido veredicto: era un señor educado, correcto, muy atento con los niños; nunca nos hubiéramos imaginado que llegara a comportarse así. Qué miedo, oiga. Qué vecinos tan peligrosos tenemos todos.
Y es lo que me pasa a mí, que vivo asustado, muy asustado. Me he pasado toda la vida obedeciendo a mis mayores: que si no sorbas la sopa o te doy un sopapo, que si no te toques ahí o no te rasques en público, que estudia mucho para hacerte un hombre de provecho, que si acata la normativa e incorpórate al ejército para regalarle de gratis un año y pico de tu vida, que si trabaja animoso de sol a sol y no te quejes cuando tengas que pagar tus impuestos, que hay que hacer país, que si paga tus impuestos, apriétate el cinturón, colabora solidariamente con el prójimo y trata a los demás como te gustaría ser tratado a ti, y hazlo de buena gana, que tu conciencia te deje dormir por la noche. ¡Qué lavado de cerebro en toda regla! Y por eso me río tanto ahora, porque tanta obediencia, oiga usted, que me diga para qué me ha servido. No solo no he salido de pobre, sino que, además, veo que la mayoría que ha cumplido estos preceptos tampoco lo ha hecho. Como si nos hubieran dado un máster de muchos años y mucha especialización, no en ciudadanía responsable, sino en aborregamiento general y básico. Y todo vestido con una toga muy negra y muy seria. La universidad de la vida.
Veo ahora con toda claridad que me sobran estas telas de luto y estos trajes grises cortados con el patrón de la seriedad, pues nada hay más patético que hacerse mayor, aproximarse a la muerte a la velocidad de la luz y seguir manteniendo los principios del pasado mientras tu médico de cabecera te entretiene con placebos, te escatiman la pensión con técnicas de laboratorio, te cierran los centros de atención a la tercera edad y te niegan la ayuda a domicilio que solicitas de acuerdo con la ley de dependencia. Y todo bien escrito, redactado con sus magníficas frases aprendidas en los cursos de másteres en Economía Neoliberal o en Dirección Eficiente de Ancianos Estorbosos. Cómo no me voy a reír con toda esa prosa en la que me comunican pomposamente que me congelan la pensión, me suben los impuestos y me recortan los pocos servicios a los que hasta hace poco tenía derecho y ahora no.
Y llega el momento, uno cada cuatro años, en el que se supone que puedo expresar mi opinión y con un voto, un simple voto, puedo elegir un gobierno. Hasta me podría sentir importante. ¡Como si un voto, un simple voto, pudiera relatar la indignación que yo siento ante este atropello a mis canas! Y veo a todos esos políticos de medio pelo, con sus trajes caros, sus relojes de lujo, sus estilismos a la moda para ocultar la mediocridad, sus carteras repletas y sus feas palabras, prometerme un mañana mejor a cambio de mi confianza. Después de tanta promesa también los veo irse de putas. Y me río, claro que me río.
Algunos, incluso, quieren amenazarme y tratan de despertar viejos fantasmas, como los de los comunistas, para que no pueda dormir por las noches, pero a estas alturas de la película a mí ya no me asustan ni los unos ni los otros, faltaría más. Si acaso, lo que me gustaría es que cambiásemos el guion y los actores, para ver que no continuamos con más de lo mismo, con esta seriedad mediocre y triste que no ha servido para casi nada, excepto para que cuatro listos nos hayan chuleado hasta el día de hoy. Y para tomarse la vida con una seriedad inútil y ridícula.