Había pensado en titular este
articulillo con el sugestivo nombre de “El hombre que se sentía cansado de
hacer lo mismo todos los días y una mañana dejó de hacerlo”, pero, después de
darle unas cuantas vueltas al asunto, agotarme, levantarme un rato para mirar
por la ventana y descansar los ojos al menos cinco minutos, rehidratarme y
proceder a sentarme todavía con dudas, me he percatado de que es demasiado
largo y que no va a caber en los caracteres habituales de titulación. Lo he
pospuesto para otro día y para otro medio que me permita una mayor libertad
formal, que no está el mundo precisamente para experimentos, ni los lectores le
agradecen a uno el esfuerzo por proponer perspectivas diferentes cuando se
supone que todo tiene que ser indignación, protesta y lamentaciones. Vamos, que
me he autocensurado y he decidido no aventurarme a cambios, al menos por el
momento; al fin y al cabo ya no queda nada para el 2017 y lo puedo procrastinar
con poco coste hasta las resoluciones habituales para el año nuevo.
Así las cosas y sin el menor convencimiento, le he puesto el más poético
título de “Mariposillas”, aun sabiendo que puede parecer un pelín cursi y caer
de lleno en el mundo de los talleres de creación literaria, autoayuda y terapia
ocupacional, confiando, sin embargo, en que muchos lectores lo acogerán con
curiosidad y una sonrisilla irónica y, claro, no tardarán en leerlo, pensando
en las tonterías intrascendentes que escribimos en los medios. De tan banal, no
tardarán en olvidarlo, tal vez un tanto confusos porque para nada correspondía
el anuncio con lo anunciado, quejosos de las celadas que inventamos para
conseguir que nos lean por muy poco que tengamos que decir. Pero este descenso
a las catacumbas de la creación me parece en el fondo, cuando ya damos con la
roca y ésta no tiene fisuras, una gran inutilidad, como la de los escritores
que se autoeditan, muchos en estos tiempos de mercachifles y egocentrismo, y luego
se pasan las tardes tratando de timar a amigos y conocidos para que no solo les
compren su libro, sino para que lo pongan en los cuernos de la luna de la
audacia y la belleza.
Ciertamente, he tenido que cambiar de título, no sea que me acabe
convirtiendo en un acartonado eterno aspirante a las mieles del éxito y eso me
termine por amargar el día. ¿Qué tal estaría este “Los hartos”? Teniendo en
cuenta la enormidad de personas que conozco que están hasta el moño de
interminables jornadas laborales, salarios miserables, jefes explotadores,
noticias manipuladas, mentiras gubernamentales, fines de semana de fútbol
perenne y telebasura de luxe, sin duda sería un buen reclamo para la minoría
que lee todavía, no olvidemos que con el tiempo solo deben quedar las novelas
pseudo históricas y las sentimentales rosa o semi eróticas: falta hace ya otro
Cervantes que las parodie y las liquide de un certero disparo en la
entrepierna. Pero no sé, me da la impresión de que ya he escrito mucho sobre
temas tan manidos y me da un súbito ataque de aburrimiento.
Acabo de cambiar el título anterior por otro que, siendo común, promete
mucho más: “La libertad”. Claro que esto de hablar de algo que casi no conozco
me parece, cómo decirlo certeramente, una inconsciencia, como andar por un
cable y con una pértiga por encima de los rascacielos de Nueva York, a mí, un
españolito de a pie que no ha cruzado el charco, tengo un vértigo de mil
demonios y aborrezco todo tipo de espectáculos, no digo ya el circo o los
debates parlamentarios. A lo mejor me gusta hablar de la libertad porque, allá,
muy adentro, la echo mucho de menos: estos sistemas democráticos parlamentarios
no solo no son simpáticos, es que resultan muy insatisfactorios. De repente me
gustaría dar conferencias subido a un elefante, como dicen que hacía Gómez de
la Serna, o embutido en un casco de buzo, como se promocionaba Dalí cuando era
Ávida Dollars. Pero los tiempos han cambiado y a los excéntricos los atiborran
de pastillas para que no salgan casi de casa. Y yo no quiero acabar en un campo
de concentración.
Finalmente, no sé qué hacer. Estoy sumido en un parón creativo. A lo
mejor en el 2017 hago las paces con las musas. Mientras tanto, me voy a hacer
libaciones a Baco antes de que también le suban el precio al tinto de garrafa.