Cuando era pequeño me gustaba ir al cine los domingos y me divertían
tanto las películas en blanco y negro como las de color. Creo que nunca
se me hubiera ocurrido decir que el cine de Charlot me parecía antiguo o
que las películas de El Gordo y el Flaco estaban pasadas de moda; en
todo caso me hubiera ganado un buen soplamocos por no valorar
debidamente el genio de los demás. Ni entonces ni ahora me parece que
las películas de los grandes del cine mudo fueran antiguallas que no
merecieran mi atención; más bien al contrario, aun hoy me encanta
revisar de vez en cuando “El maquinista de la general” de Buster Keaton o
la magnífica “El gran dictador” de Chaplin, tan llenas de valores,
certezas y fe en el futuro del ser humano. Nada me indigna más, ahora
que estoy en el otoño de mi existencia, que esos niños repelentes que
consideran antigua una película de 1999 y que se niegan sistemáticamente
a conocer su pasado, como si hubieran nacido espontáneamente en una
lechuga galáctica.
Es cierto que los tiempos han cambiado mucho. Si mis abuelas
levantaran la cabeza se sorprenderían con todo ese ejército de zombies
que llevan la suya agachada y fija en la pantalla del móvil, sin
enterarse de los lugares por donde pasan ni de las caras de las personas
con las que se cruzan todos los días. También se alegrarían, claro, con
esto de la democracia participativa, ellas que se pasaron parte de sus
vidas bajo una dictadura que todavía no ha sido condenada unánimemente.
Desgraciadamente apenas tuvieron alguna vez derecho al voto, lo que no
quiere decir que no tuvieran conciencia política. Llamadas a las urnas
hoy, no creo que votaran con miedo a perder comodidades materiales,
ellas que tuvieron tan poco y tanto se esforzaron para vivir con
dignidad de su trabajo. Dudo que fueran conservadoras, dudo que apoyaran
un gobierno de corruptos, prevaricadores y ladrones pensando que así
garantizaban su exigua pensión de viudas. Dudo que fueran cobardes. Pero
su integridad y su entereza ya no serían de estos tiempos.
El sistema político de esta España antigua y señoritinga se ha quedado
bastante obsoleto. Es más antiguo que el cine mudo. Se lee uno
cualquier novela de Pérez Galdós y se encuentra que en el siglo XIX ya
existía esta mamandurria de partidos políticos alternantes que cambiaban
cíclicamente para que no cambiase realmente nada. Y lo que es peor,
para que después de tantos años de alternancias, la sociedad se viese
inmersa en una crisis tan seria como para que todo el país entrase en un
coma generalizado que, no sé por qué, tanto se parece al que ahora
mismo nos sacude y nos acongoja.
Y será porque no me resigno, pero no me parece que ejercer el voto una
vez cada cuatro años sea realmente una democracia participativa, más
cuando el voto lo secuestran los partidos para sus fines particulares
mientras dicen que los legitimiza el resultado en las urnas. Si voto a
un partido, no quiero que durante cuatro años haga lo que quiera con mi
papeleta; yo quiero tener la oportunidad de controlar, supervisar,
gestionar mi elección y, si fuera el caso, retirar el apoyo a quien
miente, manipula y roba amparado en él.
Por eso soy partidario de una reforma global de la democracia para que
sea realmente participativa; ahora que todos tenemos móviles, acceso a
internet, wifi y mil formas de comunicación tecnológica, ahora que
tantos de nosotros no despegamos la cara de la pantalla de la tablet,
del ordenador, del smartphone, ahora sería un buen momento para una
revolución tecnológica y política de primer orden: para que esta
democracia lo sea realmente y no secuestre los votos de los ciudadanos,
propongo que todas las leyes del gobierno decisivas sean votadas inmediatamente online por todos los ciudadanos de nuestro país, para que el ciudadano decida realmente.
Las elecciones cada cuatro años son un mal pasado, un tiempo antiguo,
que debe ser superado cuanto antes. Seguro que nuestros políticos no
quieren que decidamos tanto y eso es porque prefieren gobernar sin
nosotros como en el despotismo ilustrado. Pero yo quiero tener la
dignidad de mis abuelas y vivir entre gente honrada y comprometida, con
la fe en el ser humano del cine mudo, alejando del poder a todo aquel
que no merece nuestra confianza. Exijo una política moderna y
transparente para un país que se merece ya salir del siglo XIX y de esta
alternancia de poder rancia y desvergonzada.