jueves, 18 de septiembre de 2014

Septiembre



El último día del curso escolar llega con su cosecha de asignaturas rotas. Donde uno esperaba conseguir un cinco misericordioso, se encuentra un suspenso con todas sus letras mayúsculas. Y donde se esperaba el suspenso, surge de improviso el recuerdo a la miserable familia del profesor de turno, el homenaje a todos sus muertos y el sentido laudo a la madre que lo pariera. Ha sido un final de trimestre, excepto por las notas, glorioso: de fiesta en fiesta, todo tan lleno de eventos, partidos del siglo, timbas de strip póker y gin tonics a deshoras, que apenas si recuerdo de qué estoy matriculado y en qué universidad. Es lo mejor que tiene la vida de la facultad: dispones de un tiempo que es solo para ti y que puedes perder sin ningún tipo de culpabilidad, al fin y al cabo siempre queda septiembre como para otros en ocasiones perdura París.
Con cinco suspensos de cinco asignaturas lo más importante es no perder la esperanza, me autoconvenzo en dos minutos. Lo fundamental ahora es organizarme un buen plan de trabajo para los meses de julio y agosto: tres o cuatro horas de estudio a primera hora de la mañana, que es cuando se está más fresquito; un chapuzón en la piscina a media mañana para hacerme unos cuarenta largos que ya se sabe que mens sana in corpore sano; una buena siesta de tres horas para recargar las pilas cuando el calor aprieta de lo lindo y solo los locos salen a las calles; y de vuelta al estudio al atardecer, para aprovechar las mejores horas del día, las más productivas, las que me permitirán aprobar en septiembre. Tan contento estoy de haber organizado tan bien el estudio en tiempos de estío, que me largo el día dos de julio de juerga a sanfermines y me pierdo por la calle Estafeta de Pamplona hasta el día 13. Y ya que estoy tan al norte, a ver quién es el tonto que no se acerca a la playa de Gros a disfrutar del sol del Cantábrico. He tenido la precaución de llevarme unos libros para ir repasando algo, al menos en los trenes, pero estoy por Las Landas francesas cuando descubro que por error me he llevado los libros de preparación al parto de mi hermana…
El regreso a casa, además de inesperado, es bastante tragicómico. Solo descubre uno que la alta velocidad no es tal cuando tiene una urgencia como la mía y, sea porque sí o porque quién sabe, acabo tardando tres días completos en llegar desde la costa francesa hasta mi domicilio, donde me esperan mis libros a que me los meriende en el mes y cuarto que tengo hasta el uno de septiembre. Durante dos días consigo mantener mi ritmo de trabajo y hasta ordenar los apuntes de una de las materias, pero la felicidad dura poco en casa del pobre, porque se me presenta toda la peña para celebrar mi santo cumpleaños, que quién lo diría parece que me lo han puesto ahí para jorobarme justo ahora que había comenzado a adelantar un poco. La celebración me cuesta algún eurillo de más y me deja con agosto lanzado a la carrera, un fuerte dolor de cabeza producto de unas resacas de cervezas con limón natural y la sensación de que es ya o nunca el momento en que debo hacerme con las riendas de mi destino. Consigo sacar con mucho esfuerzo tres días de estudio a tope y hasta duermo bien, sin remordimientos.
Pero empiezan las fiestas del pueblo de mis abuelos y me llama mi vecina de toda la vida para que me sume a los encierros, los bailes agarraos de las verbenas y las borracheras con la cuadrilla. Trato de resistirme una, dos, tres veces, pero a la cuarta me digo que solo se es joven una vez, y me largo al pueblo, donde las fiestas de la virgen de agosto se me suben a la cabeza y me mantienen en todo lo alto hasta finales de mes, en que parece que se me ve haciendo balconing en algún lugar no definido de Ibiza.
Por los pelos llego a Madrid el día en que empiezan los exámenes y, sin ducharme ni nada, que por no llevar no traigo ni bolígrafo, me presento al primero de los exámenes, que no sé ni cuál es. Lo cierto es que no me sale del todo mal, teniendo en cuenta que la pregunta me sonaba de algo lejano, como repasado levemente y por casualidad en julio. Y así, con la energía que dan las cosas que empiezan bien, me dispongo a coronar septiembre por todo lo alto, a ver si de esta puta vez termino la carrera y me pongo a trabajar aquí o en el extranjero, que lo mismo me da que me da lo mismo.