domingo, 6 de abril de 2014

La primavera




   Nada más triste que el comienzo de la primavera. Ya ha pasado otro año y en el espejo, lejos de verte mejor, te das cuenta de que poco a poco te pareces cada vez más a tu padre, o a tu madre, con lo que tú los has odiado, y ahora te ves condenado a recordarlos día sí y día también en los gestos del afeitado, en el modo en que suplicas que te rasquen la espalda o en el angioma que te crece poderoso en el brazo izquierdo y que tiene además la virtud de ponerte mitad cabreado, mitad melancólico.
    Otra primavera más para reconocer que no solo no eres mejor que ellos, sino que posiblemente has sido una pérdida de tiempo para la evolución, que contigo la especie no ha dado un paso al frente. Y, aún más, que tenían mucha razón cuando te decían que ya comprobarías por tu propia experiencia que el tiempo vuela pasados los cuarenta, que nadie ata los perros con longaniza y que el ser humano es el único imbécil que tropieza dos veces en la misma piedra. No es que no hayas cumplido ni una sola de las grandes resoluciones del último uno de enero, como siempre; es que, además, aún temes como posible que Rajoy se presente a las próximas elecciones y, sin cumplir su primer programa electoral, las vuelva a ganar con mayoría absoluta.
    La realidad es, por cierto, mucho más cruel. Ya no se trata de valorar el fracaso de los últimos meses o de los últimos años: con la llegada de la primavera toca enfrentarse a la evidencia de que el mundo con el que soñaste en la adolescencia, sin duda con el candor de los ilusos, no solo no existe, sino que es posible que nunca más puedas volver a creer en él; es cierto que en otros tiempos, cada vez más lejanos, estuviste a punto de tocar ese cielo con las manos, pero fue tal vez un espejismo, un barrunto pasajero, porque de aquel cielo azul y refulgente se precipitó un diluvio como castigo divino contra la soberbia para barrer el optimismo, la libertad, la fe en la vida, el progreso y la alegría de fin de mes. Polvo eres y en polvo te convertirán, pobre romántico que buscabas en la tarde de primavera el trébol de cuatro hojas y la paz de espíritu. Eres la pobre sombra de una generación que salió brevemente de los tiempos de la dictadura nacional católica para caer en las garras feroces del neoliberalismo poco después.
    Te dirán que has tenido suerte. Tus padres, tus abuelos, sufrieron la guerra, el hambre, la opresión… Pero tú has tenido la fortuna de vivir siempre en tiempos de paz, con el estómago lleno y la conciencia limpia; has podido estudiar, leer, expresarte libremente, viajar… Sería un consuelo si no fuera porque, cuando uno mira a su alrededor, ve otra vez los jinetes del hambre, de la opresión y del miedo. Hay mucho miedo, un terror paralizante y oscuro, porque sabemos que mandan los de siempre y tienen la sartén por el mango, porque legislan para sus intereses y no para los de la mayoría, y de seguir así las cosas comprendemos que acabarán por quitarnos el agua, la luz y hasta el oxígeno.
    Así las cosas, esta primavera tiene un aura fantasmal, un cierto olor acre a la España triste del estraperlo, un aroma sucio a cárceles por crímenes de opinión, un enfadoso regusto a condenas de muerte por la defensa de valores solidarios, un eco atroz de purgas inclementes contra maestros republicanos, un salobre sabor a mujeres oprimidas, niños sometidos y ancianos olvidados. Esta primavera se parece mucho a aquel insomnio de Dámaso Alonso de 1944: España es hoy un país de casi cincuenta millones de muertos. No podría soportarla, si no fuera porque hay todavía en mí un poco de mis mayores, de mi padre, de mi madre, de mis abuelos, y a veces toca a rebato contra la comodidad diaria y me pide con fuerza que saque mis puños a la calle.

1 comentario:

  1. Vaya, yo creía que lo peor de la primavera eran las alergias. Ahora resulta que nos deja también ese olor acre, esa memoria rediviva...
    Abrazos, siempre

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