lunes, 9 de diciembre de 2013

Devolver



  

   Uno no debería volver nunca a los sitios en que ha sido muy feliz: en primer lugar porque es difícil regresar con las mismas ilusiones, que para eso la vida te va enseñando en primera persona que nada dura para siempre; y en segundo lugar, porque acabarás, seguro, por echar de menos a alguien que en su momento estuvo a tu lado y ya no puede acompañarte en el viaje. Por si fuera poco, queda la tercera razón, que es la más poderosa y la más amarga: es posible que lo peor de tal regreso sea que tú ya no seas el mismo y no te encuentres en absoluto en aquel que fuiste, como quien se mira al espejo y no se reconoce ya ni en el fogonazo de los ojos, ni en la sonrisa irónica de la cara.
   Así las cosas, solo a mí se me ocurre volver a pasar unos días de vacaciones a la vieja Lisboa. Echaba de menos el reflejo del sol en el Tajo al atardecer desde el castillo de San Jorge, el bullicio multicultural de la plaza del Rossio, las traveseiras del desayuno en la cafetería Versailles, los trayectos en tranvía desde la plaza da Figueira y los viejos cafés donde se detiene el tiempo mientras fuera cae la lluvia de forma monótona. Pero la ciudad se mueve tan lentamente, de modo tan pausado, que más que una urbe actual parece una vieja postal de puertos sepias y tardes interminables. Una gota que cae desde el borde de un alféizar se demora más de un minuto en caer, mientras mi mente, a la contra, crea un millón de conexiones neuronales y asocia la gota a mis veinte años, a mi primer amor, a una tarde en que una súbita tormenta nos llevó a refugiarnos al ascensor de Santa Justa y luego en el hotel tuvimos que secarnos la ropa en el cuarto de baño y envolvernos nosotros en las mantas y toallas que habíamos comprado para regalo.
   Mirando por la cristalera del viejo café de Pessoa, me da la impresión de que se parece más la estatua del poeta al creador de los heterónimos de lo que me parezco yo a quien una vez viniera desconociendo el portugués, sus calles y la saudade de sus viejos fados, para encontrarse sin previo aviso con una ciudad atlántica, conmovedora y risueña. Hoy, sin embargo, Lisboa vive como yo inmersa en una crisis total: ¿dónde quedó aquel espíritu europeísta que animaba el corazón de sus gentes? ¿Dónde la confianza en el progreso económico y social del país? ¿En qué momento se cerraron las puertas del paraíso para estas gentes abiertas al mar desde el poniente de Europa? Si alguna vez tuvimos ilusiones, si alguna vez las compartimos con el corazón latiendo al unísono, lejos de aquellos tiempos de costas viradas, nada queda de aquel viejo ritmo que nos impulsaba a los dos a creer en el mañana.
   Haber regresado a Lisboa para desconocerme me resulta cuando menos una experiencia cruel, pues ya no queda ni un solo resto de aquel espíritu emprendedor en esta ciudad de gentes hambrientas, tristes y desilusionadas; en mi propio corazón, como diría el poeta, no cantan los pájaros de hogaño. Hay una tristeza tan pesada en las calles y plazas, que cualquier extraño pensaría que siempre fue así el ritmo del Bairro Alto, de la Avenida da Liberdade, pero yo sé que hubo, hace no mucho, otro tiempo lleno de vida y de esperanza que vive en mi recuerdo mientras llueve tristemente sobre la ciudad blanca.
  Mis ojos se quedan colgando de esa capa gris que tornasola los balcones, las casas, las aceras, y mi olfato de ese olor salino que traen los barcos y se desprende desde los tendones metálicos del puente 25 de abril; siento frío y trato de aliviarme con el regusto caliente del café con leche, queriendo entrar otra vez en calor, muchos años después de aquella súbita tormenta: pero no hay manera. Yo quería volver a donde una vez fui feliz, pero para mi desgracia ya no puedo creer en esta vieja Europa que devora a sus hijos con el fuego de las primas de riesgo y los desahucios vergonzantes. Se trataba de volver, como en la película de Almodóvar, pero lo cierto es que en el fondo, aquí y ahora, solo se puede devolver.

2 comentarios:

  1. Hombre, aunque tiene la situación tiene algo de nauseabunda, para mi lo es más por quien la propicia y se aprovecha de ella, que por ella misma.
    Hace poco, tras muchos años, volví a Oporto. Y cierto es que quedé impactado, por los desconchones en su maravillosa arquitectura de fachadas con azulejos, sus ennegrecidas piedras por el paso del tiempo y la falta de recursos económicos para detenerlo.
    Pero no es menos cierto, que aunque en algunos casos infructuosa, la búsqueda de rincones del viaje pasado, me dio la oportunidad de conocer otros que, o pasaron desapercibidos o todavía no existían.
    Así que lejos de la acuñada frase "cualquier tiempo pasado fue mejor", creo que se ha de volver.

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  2. Me ha gustado mucho"volver" desde tu mirada y tus recuerdos ficticios o reales, a esa ciudad detenida en el tiempo,yo espero algun dia volver, por que en mi caso me falto tiempo para empaparme de la magia de esa vieja ciudad,y se que me volvera a seducir su decadencia...aunque se hayan perdido tantas cosas por el camino, ojala pueda volver a Lisboa y sentir por un instante que se puede ser feliz,aunque por supuesto ya no me reconozca ...,quizas sea esa la ventaja de volver a un lugar que conoces pero donde no fuiste feliz.....precioso relato, besos

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