Yo creo que nací bueno. E
iletrado. Me acuerdo de que, cuando los curas de sotana raída predicaban de
pequeño en aquellas misas lectivas de primer viernes de mes, me daba pena que
la humanidad no hiciese caso al dios de los israelitas, sobre todo teniendo en
cuenta lo claras que eran su palabra y sus peticiones; pero como sus elegidos
se ponían a buscar y no encontraban siquiera diez hombres justos en todo su
reino, pues al todopoderoso le daba un subidón de mala leche y culminaba su
demostración de testosterona asolando la tierra y semi exterminando a la raza
humana. ¡Cuánta gente mala y sorda había en el mundo! ¡Qué horror la ponzoña que
se escondía en sus torcidos corazones! Con lo poco que costaba ser sumiso,
obediente y pacífico… En media hora se terminaba la misa y otra vez podíamos
volver a empujarnos en el patio, darnos patadas y divertirnos de lo lindo.
Cuando estábamos a punto de terminar la educación primaria, en el último
año de colegio, la dirección de nuestro centro educativo nos premió los ocho
años de enseñanza obligatoria con un regalo de última hora: unos ejercicios
espirituales de siete días en horario escolar y gratis para todos. Las mañanas
las pasábamos escuchando historias que ríete tú ahora de los zombies: la pasión
y martirio de María Goretti; las siete agonías de Cristo en la cruz para el
perdón de nuestros pecados; el verdadero suceso del adúltero que enfermó de sífilis
y perdió su miembro viril; los efectos de la lepra y otras enfermedades
vergonzantes sobre los cuerpos jóvenes de los malvados; los pecados en forma de
rana o de reptil que se alojaban en lo más profundo de nuestro organismo y que
solo podían ser vencidos mediante una confesión sincera y contrita; misterios del
tamaño del río Jordán en forma de alegoría pastoril con sus cabras, pastores y
lobos, sus ovejitas perdidas y felizmente recuperadas, y la sangre inocente y
muy roja en la zamarra del malo. Volvíamos a comer a casa con la cabeza llena
de imágenes del apocalipsis y nos extrañaba que nuestras madres nos pusieran en
el plato unas simples judías verdes con patatas en vez de las asaduras de belcebú.
La vida cotidiana no tenía ningún morbo. No obstante, aquellos ejercicios
acabaron por hacernos empíricos y racionalistas: como nos habían sembrado
tantas dudas sobre el templo de nuestro cuerpo y la salud de nuestras almas,
quedamos una tarde en el trastero del primero de la clase para medirnos los
pitos con una cinta métrica. No sé los demás, pero desde aquel día yo aposté
por la ciencia experimental y nunca más he vuelto a creer en dios, la iglesia o
el papa de Roma.
Puede que sea ateo desde el colegio, pero ya les he hablado antes de mi
buen corazón: ha pasado el tiempo y puedo prometer y prometo que no les guardo
ningún rencor a quienes me trataron de educar en el amor del dios de Abraham,
pues hasta ahí podíamos llegar. Es más, yo creo que mi imaginación se ensanchó
con aquellas parábolas del nuevo testamento más que con las novelas de Salgari:
la literatura religiosa estaba llena de crímenes nefandos, sangres impuras,
grandes rameras de Babilonia y sucios onanistas que ni en broma se hubieran
asomado por las páginas de Verne o de Defoe. Tras haber paladeado profundamente
la sangre derramada de los inocentes y la venganza de su terrible dios, y casi
sin saberlo, ya estaba suficientemente preparado para ver naves oscuras más
allá de Orión, bucear en la mente esquinada de los asesinos en serie o matar a
mi padre como el fan más fan del griego Edipo. Mío era el mundo, no solo el
real, sino también el imaginario, que muchas veces es más placentero que la
vida misma.
Bueno, pensándolo bien y sopesando mis pensamientos perturbadores y mis
escasos momentos de generosidad hacia el prójimo, puede que a lo mejor no sea tan
bueno como dije al principio, pero la culpa es sin duda de toda la literatura
que me obligaron a tragarme en la infancia, que yo había nacido para un mundo
menos falso. Y ahora les dejo, que me está esperando en la mesilla de noche el
capítulo cuarto de “American psycho”, libro que dicho sea de paso merecería ser
considerado la nueva biblia americana.
Diossss!!! de Abrabam !!!
ResponderEliminarque bien escribes, y cuantas sonrisas al leerte,
mil besos
Me ha gustado Jesús. Me gusta mucho la primera frase. Y es bien cierto eso de cuánta literatura puede uno encontrar encerrada en la religión. Y claro la escena de la medición de los pitos me ha encantado, cómo no podía ser menos... es tan visual, y tan real. Me ha gustado. Un beso grande, Rocío
ResponderEliminar¡¡Ay pobres…!! No consiguieron captar otra “ovejita” para su “rebaño”… no me extraña, con esa literatura…
ResponderEliminarInteresante y corrosivo para la religión institucionalizada, prosaica, verborreica y repetitiva que nos han enseñado en la Escuela.
ResponderEliminarSoy algo conservadora, pero he de reconocer que si la Iglesia no despierta y evoluciona, seguirá teniendo detractores.
Y en cierto modo, también yo le agradezco la curiosidad que despertó en mí hacia las religiones comparadas, las tres grandes, la Iglesia y hacia la literatura espiritual.MOA.
Me ha encantado Jesús, siempre me encantas, cuánto tiene uno que haberse enterado para saber contarlo así.
ResponderEliminarDisculpa que pase a lo personal más allá de un aséptico comenttario de admiración, pero como te conozco bastantes desde hace mucho, me sorprende siempre la gran diferencia que yo observo en cuanto al enfoque de la ironía, y ¿por qué no? la acidez entre tu directo y tu escritura ¡Con lo que a mi me encantaría ir por ahí cantando las verdades del barquero, jajajaja. Bueno supongo que son cuestiones del arte y el alma.
Coincido mucho con aquellas experiencias d3e las que nos hablas; en mi caso, además de mi imaginación se ensanchó también otra cosa, supongo que la de muchos más ¡Pobres curas aquellos que mal lo pasarían con tanto ensanchamiento!parábolas del nuevo testamentoa