No crean que carezco de sentido
del humor porque habitualmente me vean tan taciturno. Si por casualidad se han
imaginado que tengo una vida aburrida solo por mi aspecto externo, es posible
que se hayan equivocado de medio a medio; no sería la primera vez que el vulgo
le pone una etiqueta al primero que pasa, que si gafe, que si tonto del culo,
que si patizambo, y luego no hay dios que le quite el sambenito al ingenuo
caminante que tuvo la desgracia de suscitar el interés de sus aburridos congéneres.
Y ya que me preguntan y me parecen tan viles sus propósitos como sus jetas, me
permitiré decirles, si lo soportan, de qué me río yo y cuándo.
La mayoría de los chistes que cuentan ustedes en sus reuniones me
parecen atroces: se juntan unos cuantos cebados como cutos alrededor de una
mesa llena de mucha grasa y vino tinto y a la que salta ya están narrando
chistes de pepinos, almejas y tetillas de monjas, tronchándose de risa y
mirándose maliciosamente a ver quién es el lerdo que no pilla el doble sentido
de la palabra chorizo. No destacan ustedes precisamente por el ingenio. Sus
víctimas predilectas, entre muchas otras, son las putas, los maricones y los
extranjeros, pues nada hay más admirable para el pueblo llano que el sexo
marital y nacionalista con la debida bendición de la santa apostólica. Luego ya
se encargan ustedes de poner los cuernos y el culo con el primer emigrante al
que pueden tiranizar, pero lo hacen a escondidas, ocultando hipócritamente sus
defectos y vicios bajo una capa de mierda tan espesa que ni la malicia de los
chistes le levanta la primera cubierta. Perdonen pues que no me ría con
ustedes. No estoy de humor.
Me pasa lo mismo con los cómicos de la televisión o de los monólogos
teatrales. También son vomitivos. Lo mismo me da que los protagonistas de los
mismos sean Eva la del visillo, la vieja H, Santiago Torrente o el niño de la
flauta del pan, con sus risas enlatadas y su prepotencia segura de gustar,
porque todos me parecen sacados de un casting de frikies, por decirlo finamente
en inglés. Tiren por la política, el famoseo o la represión sexual, sustentan
en ustedes y en sus desgastados sofás el tópico de la feliz mediocridad con
tapizado verde y manchas de baba, y les sumen en la sutil paradoja de la pobre
niña rica, a ustedes precisamente que ya no son jóvenes y no tienen ni derecho
al subsidio del paro, pero que tampoco quieren ya corceles, banquetes ni
palafreneros. Me río yo de lo caro que sale, en estas condiciones, ser pobre y tener
buen conformar. Es más divertido salir a la calle con cócteles molotov, o
incluso hacer botellón en la plaza del
pueblo, que aguantar el ingenio de los genios del humor de la caja tonta y sus empresas
patrocinadoras, todo tan políticamente correcto.
Durante un tiempo me hizo reír a carcajadas el gobierno en pleno y sobre todo su presidente; de este último
aguardaba con verdadera impaciencia sus escasas comparecencias públicas para
desternillarme de su lengua de frenillo al pronunciar “esperanza” o “marca
España”, tanto como en su momento me sucedió con la vocecita del generalísimo o
la célebre frase de la reina y yo. Pero ha pasado el tiempo del optimismo y ya
ni siquiera escucho las noticias, pues la política se ha convertido en un
aburrido memorándum de crisis económicas, timadores profesionales y disciplina
alemana aplicada por el último de la clase.
Así que les seré sincero y les diré de qué me río yo a solas en mi casa,
cuando nadie me ve en mi mismísima mismidad: me cachondeo de que haya gente que
espere otra vez con ilusión y esta vez en el paro que la sede olímpica del año
2020 sea Madrid, como si el negocio fuera suyo y no de los de siempre; me parto
con todos los que cantan yo soy español, español, español, con ese chauvinismo
naif que tienen los desfavorecidos de la fortuna mientras pasan hambre o les
desahucian de su casa; me meo con las discusiones de tirios y troyanos sobre el
entrenador del Barça o del Real Madrid mientras los técnicos del balompié
evaden sus capitales a paraísos fiscales. Claro que, ustedes no tienen por qué
saberlo, pero yo me parto por dentro sobre todo porque tengo 50 años, me jubilé
a los 43 como diputado del congreso, no pego ni sello y vivo hasta mejor que el
rey.