domingo, 3 de febrero de 2013

Vida social



   Lo primero que hago cuando salgo del trabajo es irme corriendo a casa. Nada de quedarme a tomar unas cañitas con los compañeros del trabajo. Nada de perder el tiempo en un restaurante del centro con un menú de diez euros y las risitas tontas de la secretaria del jefe. Está uno como para desaprovechar su tiempo de ocio, ese por el que no cobra pero que es el más importante de la vida propia, máxime cuando se ha cumplido una cierta edad y el único sueño verdaderamente importante que resta es el de la jubilación con su promesa de días libres y ausencia de horarios.
   Llego al hogar y a toda prisa me quito mi disfraz de pobre asalariado por cuenta ajena; recuperadas las prendas de estar por casa, el traje colgando en la percha hasta la próxima jornada de esclavitud, me convierto en el rey de mi cocina y me preparo una comida sabrosa, digna de un alto mandatario. La paladeo despacio, gozosamente, sabiendo que a nadie le debo rendir cuentas de la media hora de masticación lenta y mente en blanco que le dedico como contrapeso a las prisas de la mañana, que todo es para ahora mismo y ya llega tarde según las normas de la empresa.
   De mis dominios personales está excluido el reloj. Solo tengo dos y su uso está restringido al máximo. El de casa es un despertador y lo guardo en un cajón durante el día; por la noche, lo pongo en la mesilla y lo programo para que me despierte a las cinco de la mañana en punto, tras lo cual lo devuelvo a su sitio hasta la próxima ocasión. El de muñeca me acompaña tan solo a las obligaciones laborales; el resto del tiempo lo pasa guardado en un estuche, que es la mejor manera de que no me alcance su tiranía también en casa.
   Llegado a este punto, tengo que explicarles qué hago con mi tiempo libre: después de comer opulentamente y de recoger los cacharros de la cocina, con los relojes durmiendo el sueño de los justos en sus respectivos habitáculos y con la secretaria del jefe lanzando agudas risitas en algún restorán del casco viejo, me quedo solo, felizmente solo, y no hago nada de nada. De más estaría que les hiciera una lista de mis actividades, porque, según me consta a mí que soy el mayor interesado, no hay nada que enumerar. Como si fuera un Antonio Machado contemplativo y apático, me dedico a mirar el cielo desde un sofá y veo pasar la tarde con sus crepúsculos morados y su sonido de fuente, la intención puesta en la estupidez de las formas de las nubes y el ulular del viento contra las veletas. De vez en cuando me cambio de postura para que no se me entumezca el cuerpo, que una vez me dio un lumbago y tardé más de veinticuatro horas en poder levantarme y alcanzar el teléfono para llamar al Summa, una situación ridícula que ahora trato de evitar teniendo al alcance de mi mano derecha el móvil.
   En estas tardes de contemplación y ocio. el dichoso teléfono se ha convertido en mi peor enemigo: se empeña en darme una hora que no necesito en absoluto y de vez en cuando cacarea con una música insufrible. En vano es que lo ponga en modo de silencio, porque se ilumina la pantalla de repente y se pone a vibrar como un afectado por fiebres tropicales. Si opto por guardarlo debajo de un libro o de un calcetín, siempre se las apaña para reaparecer, captar mi atención y fastidiarme el rato, que siempre hay una señorita del Carrefour dispuesta a colocarme una tarjeta de crédito, un dependiente de El Corte Inglés interesado en fraccionar el pago de mi deuda en varios cómodos plazos con apenas intereses, o un comercial de Movistar vivamente interesado en que cambie las condiciones de mi contrato a una nueva oferta súper especial para clientes como yo, que mira por dónde ni gasto tanto ni tengo cuánto. A todos los mando a freír espárragos, incluso al móvil de marras.
   Finalmente, cuando llega la noche y estoy agotado de todo el día sin hacer nada de nada, me voy a la cama más feliz que unas pascuas. Rescato el despertador y lo programo para las cinco. Aún me queda la libertad de la noche. ¡Qué gusto no tener ni una sola preocupación hasta el siguiente amanecer!

3 comentarios:

  1. Parece que disfrutaba con su vida social...

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  2. Ay... la vida contemplativa... un tipo raro, eh? Muy bueno Jesús, un abrazo.

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  3. Y de sus sueños mientras duerme? No nos dice nada de la intensa vida social que debe tener en sus sueños… claro, que debe estar tan cansado y madruga tanto, que no le da tiempo a soñar… o tal vez si lo haga, pero despierto, como hacemos casi todos…

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