martes, 27 de marzo de 2012
El dolor de cabeza
viernes, 16 de marzo de 2012
Rueda de la fortuna
1
Dijo la costurera:
“Tendré catorce hijos,
jamás estaré sola”.
Los sobrevivió a todos.
Nadie asistió a su entierro.
2
Quiso el primer ministro
usurpar la corona:
esquinado intrigó
contra todos los nobles.
Los hijos de su esposa
fueron reyes;
los suyos,
no.
3
Con sus faldas de hierro,
la dama acuchillaba
el césped de Inglaterra.
Poco riego en la testa,
mucha sangre en los bajos.
Algunos hombres cresos
devinieron en pobres,
y ningún hombre eximio
mejoró su peculio.
La dama sonreía
prosperando en la danza.
4
Tazas de chocolate,
pastelillos de nata,
de merienda en merienda
el deán de Toledo
engendró varios hijos.
Sin la gracia divina,
los mandó al orfanato
para que no vivieran.
Se comieron al preste,
a las monjitas,
al alcalde,
al rey,
y a las rameras.
El apetito
lo heredaron del padre.
Lo devoraron.
5
El ebanista hizo
un ataúd de haya
para su esposa.
Cuando estuvo acabado,
lo celebró con vino:
“Porque pronto lo estrene
la bruja mala”.
Pedido y otorgado:
con el último sorbo
se ahogó en su vómito.
6
A los dieciséis años
la echó su padre
por vender en la noche
su carne blanca.
Tuvo amigos famosos,
se casó con un príncipe,
no le faltó de nada:
tuvo corona,
honor y doctorado,
esquelas en los medios,
canciones populares,
aniversarios…
Lástima que jamás
aprendiera a leer.
Mas,
¿se perdió algo?
7
Desde el lejano Oriente
se trajo el mercader
mil gusanos de seda.
Aún no tenía el hilo
y ya había aceptado
encargos de la corte.
Serían su fortuna.
Durante cinco años
ni durmió por la noche,
ni durmió por el día.
Cuando la reina
le despreció su seda,
tenía en sus moreras
un millón de gusanos.
Hilo no le faltó
para colgarse.
XXIV Concurso de Poesía “Poeta Pastor Aicart”
(Beneixama 2009)
viernes, 9 de marzo de 2012
Bajo la pérgola
Sentados una noche más
bajo la pérgola,
hasta nosotros llegan los ecos
de la vida de otros:
voces apasionadas
(de ira o de deseo),
fragmentos inconexos
de series de humor, telebasura,
noticiarios frenéticos y violentos.
Se apagan en el horizonte
las últimas luces del estío
y el aire de la noche incipiente
huele a jazmines y quimeras.
Sentados una noche más
bajo la pérgola,
en el silencio cómplice
de este amor que es costumbre:
tú, con tus gafas de alambre,
leyendo tu novela,
y yo mirándote como a un retrato
de virgen renacentista.
Ladran los perros a la luna,
embravecidos por el calor
de la presencia de sus amos.
Los grillos chirrían sus estridencias
a las luciérnagas del pozo.
Y yo soy tu sombra en esta noche de junio,
una presencia que vigila el acecho del tiempo
a tus espaldas, por el amor que te ofrendé
cuando de jóvenes -hace ya tanto tiempo-
te amaba con palabras.
Y es que el amor comienza con palabras
-promesas, secretos, proposiciones y deseos-,
y termina, si se alcanza el cenit sin fracaso,
en el silencio cómplice del profundo secreto
de la vida: y mientras tanto,
la vida es una fiesta de semillas,
de brotes y de yemas, en el abril
del fuego y de la guerra.
Sentados una noche más
bajo la pérgola,
tú y yo bajo la noche,
no tenemos más para decirnos
que la caricia de los ojos
en los ojos.
¿Somos dos o somos uno?
¿Nos duplica el espejo de la noche
estival o nos engaña?
Resulta extraña la vida:
el dolor de los huesos resulta insoportable
para ir con soltura a cualquier sitio,
ahora que sabemos qué queremos
y no tenemos dudas sobre nuestro destino.
Y ahora que sabemos que el amor es reposo,
y que es la única excepción
a la ley de la entropía,
lo más importante en el conocimiento
de nuestro valor humano,
¡qué sinsabor delicioso no tener que decirlo,
porque tus ojos saben lo que mi boca calla!
La brisa agita los álamos y alerces,
y el río se remansa.
Sentados una noche más
bajo la pérgola,
amándonos en silencio.
domingo, 4 de marzo de 2012
La hipoteca
De mi chalé adosado en la sierra madrileña, lo que más me pesa es la hipoteca, a todas luces indigesta, y la reunión ritual que tiene lugar en el salón, cada noche, a las tres de la mañana. Procuro no asistir, para lo que me dopo convenientemente con un lexatin de tres miligramos y, generalmente, duermo a pierna suelta, como un bendito; por la mañana, recojo los vasos y las botellas, limpio por encima para que no sospeche la asistenta y ventilo el humo denso de los habanos.
El problema se produce cuando me arde el estómago, me desvelan las preocupaciones vitales y me aflige la falta de intimidad. Entonces oigo las voces en el salón, el tintineo de los hielos en los cubatas y las risas cómplices, y no puedo resistirme a sumarme a la fiesta rutinaria. Abandono el lecho, me sirvo un ron mientras enciendo un pitillo y charlo, charlo como un hombre ilusionado, el resto de la noche, con los fantasmas de mis padres, de mi mujer, de mis hijos, que vienen del reino de las sombras, según dicen, para que no me sienta solo en las horas nocturnas.