domingo, 19 de febrero de 2012

La estima

   

   Cuando mi amigo Pedro cayó en una depresión de esas de caballo, tras una crisis personal y profesional que le cambió la vida en un santiamén, pocos pensaron que podría levantar cabeza, él que siempre había sido tan pasmado y tan pusilánime. Tal vez por eso las pocas amistades que le quedaban le abandonaron poco a poco a su suerte y, lentamente, como el cadáver de un ahogado vagando por las corrientes marítimas, cayó para todos en el más completo de los olvidos. Era como si se lo hubiera tragado el mar.
    Pero Pedro no estuvo ocioso. Cuando se vio olvidado por todos, lejos de sentirse frustrado ante la injusticia y la deslealtad, optó por reconstruirse, inventarse de nuevo, salir a la superficie por sus propios medios y contra sus propios miedos. Su primer apoyo sólido se lo facilitó el psicólogo de la sociedad sanitaria, un hombre insignificante y que hablaba poquísimo, pero que lo mandó unos días a la playa y le puso como tarea, para que no se quedara dormido bajo la sombrilla en cuanto le bajara la tensión, que tomase algunas notas de sus experiencias vitales en una libreta de bolsillo. Mi amigo se lo tomó tan en serio, tan decididamente dispuesto a bucear en sus naufragios personales, que, cuando regresó a la consulta, en vez de ponerle sobre la mesa algunas cuartillas mal arrancadas de la libreta, le facilitó al psicólogo la dirección de un blog que había creado, que llevaba por nombre “Contra corriente” y que tenía cifras poco menos que exorbitantes para un deprimido medio desahuciado: veintisiete entradas, más de doscientos comentarios y casi diez mil visitas en cuatro días.
    Lo suyo fue un puro éxito, un resurgimiento desde las profundidades del abismo, en forma digital y literaria. Abandonando debidamente al psicólogo en cuanto estuvo enganchado a la droga bloguera, y gestionando eficazmente sus memorias personales, cada vez más demandadas por seres anónimos de medio mundo que se alimentaban de ellas, conoció un clímax de creatividad y relativa fama que no pasó desapercibido en otras esferas. No tardó en recibir una oferta suculenta para publicar aquellas memorias en papel del de siempre a la vez que cerrara el blog y descolgara sus textos.
    -No quiero morir de éxito- me dijo un día en que soltó la tecla y cogió el teléfono.
   Y durante un tiempo no supe más de aquel asunto de libros antiguos, editores avezados y producción literaria en la era digital. Pero no tardé en conocer que Pedro, finalmente, dispuesto a conocer la vida de un modo que no fuera siempre el de la pantalla, había acabado por claudicar ante la oferta de una multinacional del cuento. A cambio del blog cerrado, había obtenido un apartamento con vistas al mar y suficiente efectivo para pasarse el día tomando daiquiris y bronceándose junto a la piscina. Le veneraban por aquellos libros, ya tres, que se vendían como rosquillas y, además, la crítica no había sido especialmente cruel con sus pequeñas historias hechas para la conmoción y para la pena. Se ganó su sitio en el mundo económico y en el de la fama.
    Un día acudió a una presentación de su último libro una conocida periodista y le esperó a la salida para invitarlo a cenar en un restaurante caro. Fue una velada agradable para su cuerpo y para su estima, pero a los pocos días ocupaba un lugar inesperado en las páginas más relevantes de la prensa rosa: que si desconocido acompañante, que si famoso novelista, que si su vida era un folletín de Dumas, que si esto y que si lo otro… Su representante, abrumado por las solicitudes televisivas de todo tipo, no paraba de proponerle entrevistas y declaraciones exclusivas de lo más variado, y a cada negativa aumentaba el monto de las siguientes ofertas, hasta tal punto que no tardó en rendirse a la evidencia: les convenía a los dos aceptar uno de aquellos magníficos contratos mientras estuviese subido en la cresta de la ola y sacarían ambos, representante y representado, beneficios que difícilmente caben en la imaginación humana. Así fue cómo mi amigo Pedro, navegando por procelosos mares, llegó al mundo rosa, vendiendo su vida en el papel cuché como antes lo había hecho en el papel literario, pero con una pequeña diferencia: los que antes lo aclamaban por escribir sus miserias en los libros, después lo insultaban por contar lo mismo para el gran público analfabeto. Pero a mi amigo Pedro, y a su representante, les daba exactamente lo mismo.

3 comentarios:

  1. Un relato muy sugerente, Jesús. Refleja estupendamente el doble rasero de esta sociedad.
    Un abrazo.

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  2. A veces se hacen cosas despreciables por un puñado de plata que luego sale cara....
    me ha gustado tu relato,siempre me gustan bss

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  3. Me alegran los comentarios de ambas. La sociedad es muy hipócrita todavía y se permite condenar hoy, por envidia, lo mismo que ayer adoraba. Y, para colmo, lo disfrazan de dignidad. Pobres...

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