jueves, 19 de enero de 2012

Reino de otro mundo




                                          (A Enrique Agramonte Robles, in memoriam)



UNO

La grieta en el mármol apenas perceptible.
Se necesita observación, su poco de paciencia,
no temer los embates de la meteorología
y un ánimo a prueba de viernes de dolores,
no renunciar a reconocer la veta
y delatar la mella intrusa en la estatua.
La enésima de héroe a caballo.
Ahora corroída por los excrementos de palomas,
manchas blancuzcas que apenas si permiten ver el bosque.
Otra más que acabará fundida con los musgos,
licuada con los restos inertes de las medusas ancestrales.
Así ha sido y así será el caos tras la forma:
una sucesión perpleja de líneas y de símbolos;
los tiempos grandiosos ya no son
ni sombra apenas de lo que refulgieron.
Para cuando salga la luna llena
se habrá agrietado el corazón del príncipe:
 y dicen las crónicas que como siempre
la golondrina volverá oscura a su tierra de luz.



DOS

Ángel o demonio alado, esbelto como un príncipe,
tu reino no es de este mundo térreo
donde pesan los brazos y se traga saliva irreflexivamente.
Vendidas al mejor postor la leyes de la física,
espacio y velocidad, aceleración y vértigo,
la caja de pinturas ahora es todas y ninguna,
los esenciales amar, temer, partir,
una lista ilegible de nombres y de fechas
que puestos del revés también son masa informe,
un destino abierto para corazón tan líquido.
Demonio alado o ángel de luz,
perdido en la nostalgia de la mecánica cuántica
con una lágrima de sal en la mejilla,
tu reino no es de este mundo.



TRES

Una tarde junto al malecón del puerto,
los besos fríos bajo las sábanas,
los cuadros con motivos de ángeles,
las cervezas heladas bajo las estrellas,
la pulpa y el zumo de naranja,
los viajes imprevistos, la tarde tras el desastre,
dormir a pierna suelta,
bailar versos  de línea hasta el amanecer,
tomar café muy negro con los propios fantasmas,
la cara oscura de la luna,
la peregrinación por hospitales,
los ojos que dan menos y los que dan más,
el corazón del bosque y el baño en la playa,
la soledad al fondo de la alcoba,
una sonrisa antes del desprecio,
una lágrima después de la intensidad.

1 comentario:

  1. Acabo de descubrir a Enrique Agramonte Robles gracias a este maravilloso poema y aunque ya no esté me propongo conocerle... Besos

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