lunes, 9 de enero de 2012

El pacto

   


   El viernes por la tarde es mío. Completamente mío. Toño se queda con los niños y los lleva al parque o al cine; los entretiene como mejor le parece, que en eso yo no me voy a meter, encima de que el pobre deja sus pesadas obligaciones en la empresa para estar con ellos al ciento por ciento una vez por semana. Mientras yo, sin tener que darle explicaciones a nadie, utilizo el viernes para lo que me da la real gana: ir a la peluquería, quedar con unas amigas para tomar un café, ir de tiendas o callejear por el centro. Es como sentirse libre de nuevo, como cuando tenía veinte años y podía decidir todos los días. Un lujazo.
   La idea se la debo a mi madre. Bastante había sufrido ella toda su vida con la actitud de mi padre, militar de profesión, para no saber lo que me convenía. “Hija, estos son otros tiempos y no se puede consentir que los hombres no ayuden en casa, pero verás que es bien difícil, hasta en los más dispuestos”. Yo la escuchaba con atención. “Así que desde el primer día, muestra tus cartas, dile qué tareas de la casa esperas que haga solo él y, sobre todo, resérvate un tiempo semanal fijo para ti misma, sin ataduras, para hacer lo que quieras”. Al principio me pareció un consejo raro, si lo que yo quería era estar con Toño siempre, a todas las horas del día y de la noche. Pero luego lo pensé más, y más, y en mis condiciones le impuse que una tarde a la semana, la del viernes como ya he dicho, sería para mí, me pertenecería.
   A Toño le pareció una idea divertida, peregrina. Tal vez por eso la aceptó de buen grado. Al principio de nuestra vida en común se las ingeniaba para tratar de boicotear el pacto: cuando no era una comida con unos amigos, era la invitación a ver una película en una sala de estreno o un circuito spa relajante en un hotelito con encanto. Me costó mantenerme firme, pero no cedí a sus embates. “Que me organice lo mismo, pero en tiempo común”, me decía frente al espejo para reafirmarme en mis trece. “Y, si no, pues no se hace y punto”.
   Nacidos los niños, Alonso y Gonzalo, no varié para nada mi situación doméstica y, ya que trabajaba de lunes a viernes por la mañana, seguí disfrutando de mi tarde libre de los viernes, que era el único rato de verdadera independencia que tenía en mi vida. A mi madre le daba las gracias por aquella brillante idea, sobre todo si era tarde de viernes y nos juntábamos para echar de menos a mi padre y lamentar su ausencia. Hablábamos tanto de él que parecía que aún no se había marchado; al menos era así hasta que empezaba a anochecer y teníamos que volver a la realidad: ella a casa sola y yo, con mi familia, que me esperaba impaciente para cenar juntos y ver una película en la tele.
   Para muchas de mis amigas era una heroína. Ellas tenían que engañar al marido o inventarse excusas para salir de compras y quedar entre ellas, siempre al filo de que las descubrieran en un renuncio y, sin embargo, yo, por mis santos bemoles, había conseguido tener al menos el tiempo libre de una asistenta de las de antes. Alguna intentó pactar algo semejante con su marido, pero no consiguió más que unas risotadas y una amenaza de divorcio inmediato.
   Cuando Toño me dijo que no podía más, que no soportaba los viernes por la tarde y que los niños iban a acabar con su paciencia, le dije que lo comprendía muy bien, que yo me pasaba con ellos, sola, las tardes de lunes a jueves, y a veces, cuando se iba a jugar al tenis con sus amigos, también las de los sábados, pero que, para eso eran los pactos, para cumplirlos. “Y si no te parece bien, pues nos divorciamos y punto pelota”. En su cara quedó patente que no llegaría la sangre al río. Ya dije que la tarde de los viernes es mía, completamente mía, y me parece un derecho tan propio, tan íntimo, que me tendrán que quitar la vida, si fuera necesario, para arrebatármela ahora.

3 comentarios:

  1. Que una mujer pueda llegar a sentirse realizada e independiente por tener la tarde del viernes libre, me parece ridículo… aunque pensándolo bien y conociendo determinados “valores” que aún hoy, desgraciadamente, algunos padres siguen trasmitiendo a sus hijos, se podría considerar un logro…

    Un viva por esa madre que supo educar a su hija para que sintiera libre e independiente… al menos una tarde a la semana… y lo mejor, que supiera defender ese derecho…

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  2. No hay derecho, por tonto que parezca, que no cueste lo suyo lograrlo y mantenerlo. Que no perdamos los que hoy tenemos, al menos que no los perdamos sin luchar por ellos, ¿no te parece? Un saludo.

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