martes, 20 de diciembre de 2011

Una misión pedagógica





Al marcharse de la aldea, los voluntarios de las Misiones Pedagógicas les dejaron a su cargo una pequeña biblioteca: libros de Antonio Machado, de Miguel de Unamuno, de Rafael Dieste, de Federico García…, y les legaron también la comezón terrible de querer aprender a leer. No había duda de que habían sembrado en el lugar adecuado. Solo era cuestión de tiempo que los frutos se lograsen, al menos eso era lo que creían entonces.
Luis había salido un día como otro cualquiera de la mina. Su mujer fue a buscarlo: “Han venido unos hombres de la capital y hoy por la tarde van a dar una función en el Ayuntamiento”. Se lavó como si fuera domingo y se vistió con el traje de los días especiales, no en vano era la primera vez que iba a asistir a una representación de teatro, de esas que en Oviedo costaban muchos reales y eran solo para los pudientes. No lo esperaba, pero lloró de emoción, tratando, eso sí, de que nadie notase que se le había hecho un nudo en la garganta y de que las lágrimas le limpiaban el alma: los actores contaban la historia de un pueblo que se rebelaba unido contra el tirano que les humillaba. La revuelta, que a él le parecía justa, se saldaba con la victoria de los suyos, porque él para entonces se sentía uno más de aquellos rebeldes para quienes había un futuro mejor.
 De vuelta a casa, quiso ser parte de quienes subían a las tablas para dar mensajes de esperanza como aquellos, pero no se lo dijo a su mujer, no pensara que había enloquecido. Pasó la noche en vela, trazando caminos interminables lejos de la profundidad sin horizontes de la mina. A ratos, cuando dormía, se veía armado con una horca tratando de derribar la puerta del alcalde de la villa para hacer justicia o, de repente, se soñaba en la biblioteca leyendo una comedia él solo, sin ayuda de nadie. Sueño y vigilia se alternaban, mezclando el color de carbón de la duermevela con el olor a tinta del mundo de los sueños.
Al día siguiente se apuntó a las clases vespertinas de don Ramón, el maestro que enseñaba las primeras letras a la Felisa y a la Manuela cuando ya los niños se habían marchado a su casa. Al principio lo echaron de menos en el café, donde solía jugar a las cartas, pero nadie dijo nada: el duende del teatro les poseía aún de vez en cuando en mitad de las situaciones cotidianas, como si fuese la salida a un laberinto intrincado, urdido durante años de sumisión y miseria.
Cuando tres años después llegó la guerra, Luis supo que su deber era alistarse en el ejército republicano. Con sus pocas letras ya había leído todos los libros de la biblioteca y tenía más que suficiente para subirse a las tablas y arengar a las masas contra la sublevación del tirano. Se sentía libre, se sentía solidario y único, un hombre  capaz de elevarse sobre sí mismo para luchar por la justicia de todos, uno más de aquellos muchos intelectuales que habían sembrado España de sed de cultura, de ansia de saber, y que en ese momento no estaban dispuestos a perder el futuro. Había emprendido él también su propia misión pedagógica en defensa de la libertad. Definitivamente era ya  el tiempo de actuar sin complejos para todos los suyos.

Accésit Testimonio Histórico
VII Certamen de Microrrelatos Mineros “Manuel Nevado Madrid”
(Oviedo 2011)
 


7 comentarios:

  1. Precioso y muy emotivo, Jesús. Me encanta cómo está ambientado. La educación es un derecho que siempre hay que ejercer.
    Un beso

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  2. Un relato con sentimiento, con una buena puesta en escena. La educación es la base para saber defenderse de los avatares que la vida te produce. Es una historia de superación que me ha encantado como la has planteado, con esfuerzo y superación de consiguen las cosas. Eso en mi caso no ha sido siempre así, pero me esfuerzo y esta artículo me lo recuerda.
    Gracias Jesús.

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  3. Muy bien Jesús, ya te has puesto manos a la obra. Me alegro.

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  4. Gracias por vuestra atención, espero poco a poco mejorar en lo posible. Un saludo.

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  5. Me gusto mucho este relato,
    es realista y se vive intensamente.
    Enhorabuena!

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  6. Me alegra mucho, Carolina, que te gustara mi relato. Pronto lo publicarán en el libro que recoge los galardones del certamen y espero que puedas tener uno. Un abrazo.

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  7. Saber nos hace libres…
    Enhorabuena, es un relato precioso.

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